jueves, 26 de julio de 2012

¿Qué nos pasa a los traductores?

Recibí con mucho agrado (qué viva, porque me elogia) el correo electrónico de Natalia. 

El mencionado mensaje dice lo siguiente:

Hola, me tomé unos minutos para buscar una forma de contactarla porque conocí su blog por medio de unos de los grupos de LinkedIn y me pareció muy interesante.  Estuve leyendo algunas entradas y me lo guardé en "Favoritos" para ir leyendo más.  

Soy traductora de inglés, pero por muchos años no ejercí la profesión [...] .  Por este motivo, no estoy tan metida en el mundo de la traducción y conocer blogs como el suyo me ayuda a ver que mis opiniones no son tan diferentes de las de los profesionales con mucha más experiencia.  Está bueno saber que otros se indignan con las malas traducciones tanto como yo.  Y no sabe las cosas que hay que ver en las traducciones voluntarias de gente muy solidaria pero cero traductora.

En fin, no quiero molestarla, simplemente felicitarla por el blog y por su manera de pensar.

Saludos y que tenga buenas tardes,

Natalia

Por supuesto, agradezco cálidamente este mensaje, y lo agradezco no sólo porque me agranda el ego más de lo que lo tengo agrandado, sino porque me da pie a desgranar algunas reflexiones que, a renglón seguido, paso a compartir con la audiencia:

- Desde hace bastante tiempo vengo notando que los traductores somos personas (nótese el "somos", lo cual me incluye) muy apichonadas. Los abogados opinan sobre los fallos que dicta la justicia, sobre las modificaciones que se introducirán al Código Civil, sobre las ya introducidas al Código Civil, opinan sobre todo lo que consideran conveniente opinar. Lo mismo sucede con los contadores, cuyos conocimientos de economía les permiten opinar sobre los diversos momentos económicos de la Argentina. Los escribanos opinan, los arquitectos opinan, los licenciados en Economía opinan. Todos opinan... menos los traductores.

- Yo supe frecuentar un par de foros (no voy a promocionarlos aquí mencionándolos por su nombre), y resulta que me encontré con que si uno no opinaba según el consenso general de los dos o tres foristas "líderes", o si no opinaba en consonancia con la opinión de la dueña del foro (sí, esa que hace humo al amanecer), prácticamente te tiraban con tomates podridos por la cabeza. Me parece que la idea de expresar una opinión es precisamente eso: dar a conocer una visión totalmente subjetiva y parcial de las cosas, pero que forma parte del propio credo. No: el traductor espera de sí mismo y de los demás pronunciar la frase digna del frontispicio griego, una verdad inmóvil, absoluta y sapientísima que no pueda controvertirse.


- Muchachos y muchachas traductores, me parece que como primer ejercicio estaría bueno empezar a decir pavadas. No todo el tiempo, pero sí durante un buen rato. Y el siguiente ejercicio sería largarse a hablar con fundamento, pero con toda la libertad de defender el propio punto de vista, y refutar con toda energía no al que expresa una opinión contraria, SINO AL QUE PRETENDE CENSURARNOS.


Me parece que como comienzo no está mal. Y por supuesto que nos cabe no sólo la facultad de opinar sobre malas traducciones, publicidades mal redactadas, informes que da asco leer, sentencias con frases pretenciosas y todo otro texto que se aleje de los postulados básicos griceanos: creo que tenemos la obligación de hacerlo. Atenti, muchachos: cuando un lugar queda vacío, otro viene a ocuparlo. Lo dijo Freud, pasa con la dentadura... que no nos pase a nosotros, sobre todo a los que nos pelamos el culo estudiando.