miércoles, 26 de diciembre de 2012

El lenguaje de las inmobiliarias (II)

Cada vez que últimamente me encuentro usando la palabra "moda", ésta trae consigo un matiz no solamente despectivo, sino también ominoso.

Tal cosa sucede con una "moda" no tan reciente: la de la "cocina americana" en los avisos de las inmobiliarias. A primera vista, el rótulo "cocina americana" dice poco y nada. A algunos, el mero hecho de mencionar el gentilicio (en versión falso cognado) correspondiente a una nación tan poderosa en nuestro vapuleado planeta, la estadounidense, podrá parecerle algo bueno. A mi propio y personal criterio, es algo malo.

¿Vieron la serie "Friends", por ejemplo? La cocina no constituye un ambiente independiente del resto del departamento. Está allí, a la entrada de la vivienda, y forma parte del living comedor. Bueno, esa "moda" viene haciendo furor desde hace más o menos una década (año más, año menos) en lo que yo conozco de mi Buenos Aires querido. Departamento nuevo que te construyen, departamento que tiene "cocina americana", también llamada, con bastante más sinceridad, pero sin dejar de recurrir al eufemismo, "cocina integrada"; es decir, integrada al living-comedor o al comedor.

Conté en el artículo anterior, "El lenguaje de las inmobiliarias", que estuve buscando vivienda hace unos cuatro años. Antes de encontrar el lugar donde vivo, vi no menos de cien inmuebles, muchos de los cuales tenían la bendita "cocina integrada". Lo cierto es que la cocina integrada, cocina americana o como quieran llamarle funciona solamente para la foto. En la realidad de los hechos, te invito a que cocines un bife, un bife de esos bien argentinos, con la grasita y todo, y veas qué lindo te queda el sillón que tenés a unos pocos centímetros: lleno de olor ¡y de grasa! Y no te cuento lo lindo que queda el ambiente cuando cocinás papas; no hablo de cocinar coliflor, ni brócoli, ni zapallitos de Bruselas. Hablo de la simple y noble papa. No digo que vayas a recibir al Sr. Embajador de los Países Bajos en tu departamento, pero lo cierto es que no es nada agradable.

En fin: todos podrán imaginar que esta nueva "moda" de las inmobiliarias tiene muchos más prejuicios que beneficios: otra contra es que tenés que tener siempre todo limpio y ordenado, puesto que no podés cerrar una puerta y aislar el ambiente cocina del resto del departamento. Y la otra contra es que esos departamentos, lejos de ser más baratos -puesto que, en la realidad de los hechos, les FALTA UN AMBIENTE-, son igual de caros que antes o más.

Pero, claro: la inmobiliaria porteña ha leído con cierto sesgo el libro "Cómo hacer cosas con las palabras" y decide que con un rótulo lindo mejora una realidad que es desastrosa: que la intimidad de tus cacerolas y de tus ollas queda expuesta a los ojos de los visitantes; que esa falta de barreras en tu cocina muestra cómo quemaste la pava hoy a la mañana, cuando calentabas agua para el café; y, sobre todo, los olores: dormís, vivís, leés, ves televisión, te maquillás con eterno olor a comida. Pero eso sí: el jugoso porcentaje de comisión de la inmobiliaria... ¡ése no me lo toquen! ¿Eh?

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Agradecimiento II

Los seguidores de este blog habrán notado que hace ya varias semanas no escribo nada. Sucede que, gracias a Dios, estoy con mucho trabajo. Cuando la cosa se tranquilice un poco, vuelvo a la carga con más artículos.

No obstante el trabajo, quiero agradecer a las personas que últimamente se hicieron seguidoras de este humilde anotador virtual que es "Clarito y castellano". Este artículo es continuación del post llamado "Agradecimiento", que data ya de un buen tiempo. Pero no quería dejar de agradecer a quienes se hacen seguidores. Es una alegría que entre tanta chabacanería que reina en la Argentina, tanta falsedad, tanto político y periodista que un día piensa una cosa y al otro día piensa otra en función del fajo de billetes que le pongan sobre la mesa, todavía podamos nosotros, aquellos a quienes nos gustan los idiomas, la traducción y otros "modestos misterios" (Borges dixit), interesarnos en una preposición, desvelarnos por un predicativo obligatorio o fatigarnos por el mal uso de un falso cognado.