domingo, 28 de octubre de 2012

Factores extralingüísticos del castellano neutro

De manera laxa e informal, hablé aquí varias veces de ciertos factores extralingüísticos del aprendizaje de idiomas y del uso mismo del castellano. Se me ocurre ahora hablar del algún que otro factor extralingüístico que acompaña al castellano (o español) neutro.

Se me ocurre pensar que la existencia del castellano neutro se apoya, por ejemplo, en la tolerancia y flexibilidad de ciertos grupos receptores de un texto dado en dicho castellano neutro. El otro día, en otro artículo de este mismo blog, "Los límites del castellano neutro", dije que el castellano neutro es una combinación arbitraria de términos y, a veces, de estructuras sintácticas y modismos tomados del habla de las diversas jurisdicciones hispanoparlantes. En general, en el castellano neutro que oigo en documentales y películas, hay un claro predominio de términos y estructuras mexicanos; en segundo lugar, suelo pescar bastante del castellano que se habla en Venezuela, y me sorprende cuando encuentro algo que considero típicamente argentino; por ejemplo, en la serie "American Chopper" utilizan la exclamación "bárbaro", que se utiliza con ánimo aprobatorio en la Argentina, mientras que otras productoras prefieren utilizar el más neutro "genial" (yo misma lo uso, de hecho). Pero también en la misma serie emplean la palabra "manillar" para designar el manubrio de las motos, siendo la palabra "manubrio" la típica de uso argentino (o al menos porteño) y no "manillar".

Varias veces me pregunté qué produce la elección de unos términos y no de otros en esa mezcla que conforma el neutro de cada editorial o productora; tal vez la idea de que ciertos grupos de lectores/oyentes no tolerarían una mayoría de palabras de cuño argentino, pero sí que el público lector o televidente argentino sí es más permeable a los términos de cuño mexicano, venezolano o colombiano. Otro factor puede ser el factor "techito por si llueve": ante la duda, lo que se traduce en la Argentina lleva una gran carga de términos típicamente mexicanos, venezolanos o colombianos para no malograr por una cuestión idiomática una empresa tan cara como la producción cinematográfica o televisiva.

No sé bien si estas reflexiones son acertadas o no; posiblemente, cada productora/editorial tenga sus motivos para adoptar una forma particular del neutro. Lo interesante sería poder llegar a esos motivos de buena fuente.   

 

Varios lectores en busca de un traductor

Es inevitable que al traducir me pregunte quíén va a leer mi traducción, no solamente como interrogante teórico, sino también como interrogante eminentemente práctico, para determinar algunas estrategias y procedimientos de traducción.

En algunos casos, la respuesta es previsible por lo acotado del destinatario de determinado material; por ejemplo, cuando viene algún cliente que me trae a traducir la declaración jurada de impuestos para presentarla ante la embajada de Estados Unidos o de Gran Bretaña. Otras veces, el destinatario es más amplio e imprevisible, como en el caso del material audiovisual. En este caso, las clases sociales y las extracciones culturales del televidente pueden ser amplias hasta llegar a infinitas combinaciones de capacidad o incapacidad de entender.

En el primer caso, el de la declaración jurada, me llamó la atención la forma diferente en que traduje la sigla A.F.I.P. -que significa "Agencia Federal de Ingresos Públicos" y que para el ámbito federal argentino no es otra cosa que la agencia recaudadora de impuestos- con tres años de intervalo entre una traducción y otra. En el año 2009 traduje A.F.I.P. como "Internal Revenue Office of Argentina (Federal Administration of Public Income), mientras que pocos días atrás, sin mirar esta traducción anterior, traduje la sigla como "Agencia Federal de Ingresos Públicos - Federal Agency for Tax Collection". 

El procedimiento común a ambos casos es el de utilizar un doublet, un "doblete", según el Manual de Traducción de Peter Newmark en traducción de Virgilio Moya. En el primer caso, "Federal Administration of Public Income" es la traducción palabra por palabra de AFIP, mientras que con "Internal Revenue Office of Argentina" aplico el procedimiento de equivalente cultural; trato de que el lector, que probablemente sea estadounidense (mi cliente, si bien se radicó en Gran Bretaña, me dijo inicialmente que todo el papelaje era para presentar ante la embajada de EE. UU.), identifique de inmediato de qué se trata la AFIP al presentarle las palabras "Internal Revenue". Es decir, como si el traductor no tuviera poco en qué pensar, además hay que ponerse en el lugar del otro, del lector, para tratar de darle eso que efectivamente pueda entender y hacer que la traducción constituya más que un papel escrito y firmado, más que un servicio a cobrar, una exitosa operación comunicativa.

En el segundo caso, el que traduje hace unos días, lo que hice fue, en primer lugar, desarrollar la sigla "AFIP" en castellano. Aquí también, aparentemente (digo "aparentemente" porque, al final, nunca se sabe), la traducción va a la embajada de EE. UU.; me pareció interesante desarrollar la sigla en castellano porque de un tiempo a esta parte los estadounidenses en general vienen familiarizándose bastante con el castellano y ya no les resulta ajeno. A continuación, fiel a mi oficio, traduzco, pero aplico el procedimiento de equivalente funcional, también enunciado por Peter Newmark, donde le cuento al lector para qué sirve la AFIP; considero que al decirle "mirá, la AFIP levies and collects taxes, and it has federal jurisdiction, and is also an agency" le estoy suministrando la información necesaria para que comprenda acabadamente.

Pero la cuestión es circular y volvemos al principio: yo no sé si el lector de mi traducción sabe castellano o le da por el hígado que su país esté en vías de convertirse en bilingüe; no sé si quien lee es un empleado argentino de la embajada de EE. UU. o un funcionario estadounidense; no sé si lo van a leer acá, en la Argentina, o en EE. UU. Una de mis profesoras del Traductorado, Moira Parga, siempre decía que "uno sabe dónde empieza una traducción, pero nunca dónde termina", y aquí se aplica tal adagio. 

Entonces, a una le queda flotando la sensación de que, en definitiva, traduce un poco a ciegas, que genera un documento en cierta forma rudimentario, pobre de información, o por el contrario, cargado de información superflua. Una, en definitiva, cuando entrega a su cliente la traducción firmada, sellada y legalizada, reza para que al tipo le sirva, para que nadie le chille porque "no es clara", "no se entiende", y para que la paloma lleve su mensaje eficazmente. Nada más. 

martes, 23 de octubre de 2012

Los límites del castellano neutro

El otro día, un colega traductor de Imagen Satelital -empresa para la que ambos trabajamos-, Miguel Siso Fernández, planteó una interesante cuestión en el grupo cerrado de Facebook por el cual nos comunicamos los traductores que prestamos servicios a la empresa.

La cuestión era la siguiente: tenía que traducir "party bouncer" al castellano neutro. Ya sabemos cómo es la cosa: el castellano neutro, en realidad, es una mezcla aleatoria (es decir, que depende de cada productora o de cada editorial) de vocablos de frecuente uso en México, Venezuela, Colombia, España y, muy pocas veces, Argentina. La finalidad de esta combinación de vocablos y, a veces, formas sintácticas, es promover la comprensión de un texto dado (audiovisual o literario, por ejemplo) en toda Latinoamérica y España.

Lo que planteaba Miguel era que quería traducir "party bouncer" al castellano con el mismo registro informal con que estaba en el original. Personalmente, le comenté que en la versión doblaje de "A Night at the Roxbury" se había traducido "bouncer" como "apagabroncas". Es decir, un "bouncer" o "party bouncer" es el personal de custodia que está en la puerta de un boliche bailable o de una fiesta para 1) no dejar pasar a personas de dudoso aspecto o a personas no invitadas; 2) hacer que cualquier invitado escandaloso se retire de la susodicha fiesta o boliche bailable. Es decir, lo de "apagabroncas" alude al punto 2), pero no exactamente al 1).

Este último punto no importa tanto: sabemos que cuando creamos un rótulo, cuando creamos una denominación, ese rótulo/denominación va a aludir, por lo general, a un aspecto de la cosa descripta. Si podemos con ese rótulo describir la totalidad de las características/aspecto/utilidad de la cosa descripta, bienvenido sea; pero por lo general no se puede abarcar tanto y ser breves a la vez, así que con describir la parte operativa más importante de la cosa descripta basta y sobra. 

El problema era el del registro: si un término pertenece al registro informal, es altamente probable que en cada región, en cada país, en cada ciudad y hasta en cada barrio la cosa descripta por ese término sea denominada de manera diferente. Entonces, la cuestión de la neutralidad del castellano se da de patadas con la denominación localista. Quiero decir que es muy difícil ser neutro y encontrar una denominación común para una misma cosa que adopta nombres diferentes en diferentes lugares.

Lo que se nos ocurrió a varios foristas fue que la solución a la traducción de "party bouncer" debía ser un equivalente que, si bien neutro, se escapara del registro informal, para lo cual sugerimos "seguridad", "custodia", "guardia (de seguridad)". La traducción es, más que un juego de apertura de diccionario y de simple reemplazo de palabras, toda una estrategia de criterios que dan paso unos a otros y que jamás son fijos e inamovibles. Me pareció, y se lo comenté a Miguel, que en este caso el criterio que debía primar sobre el de respeto al registro era el de claridad para con el espectador. Era posible que la palabra "apagabroncas" no se entendiera en ciertos lugares hispanoparlantes, pero sí iba a entenderse la palabra "custodia" o "seguridad", con lo cual se iba a cumplir el objetivo último de toda traducción: que el lector la entienda.







jueves, 11 de octubre de 2012

Reciclar, reutilizar, reducir

Desde hace bastante tiempo llevo mis propias bolsitas a la verdulería, al supermercado, a donde sea que tenga que comprar algo.

Más de una vez la cajera del supermercado o el empleado de la verdulería/carnicería se me rieron, "si total no te cobramos la bolsita, ¿para qué la traés?".


Como siempre, la disfrazada sin carnaval, la viento en contra. 

Desde hace bastante tiempo nos esmeramos, mi marido y yo, en separar el papel, cartón y plástico en una bolsita, y los residuos orgánicos en otra, y tratamos de usar como corresponde los pertinentes contenedores que tan amablemente nos ha instalado el Gobierno de la Ciudad en nuestro barrio. 

Y digo "como corresponde" porque la mayoría de los vecinos ni se fija: allí donde vea un contenedor, tira su bendita basura, sin clasificar, sin fijarse si el contenedor es de residuos húmedos o secos. Un chiquero, parecen menos que amebas. No tiran al bebé o al perro porque Dios es grande.

Ahora, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires descubre el agua tibia: que tenemos que separar los residuos entre "reciclables" y "no reciclables", entre "húmedos" y "secos", para lo cual hacen que los supermercados grandes (en los supermercaditos chinos todavía no las vi) nos vendan dos tipos de bolsitas, para proceder a la susodicha clasificación.

En buena hora, chochamus, pero me parece que la tortuga está a varios kilómetros adelante. Ojalá que para otras iniciativas podamos mejorar la puntería, léase el "timing".

Personalmente, no tiro ningún sachet vacío de leche: se lavan todos y se guardan secos. Luego, los corto en una tira continua, de medio centímetro de ancho, con el procedimiento de caracol, y tejo al crochet con ese "hilado" plástico. No digo que quede elegante, muy por el contrario, pero próximamente les mostraré vía foto, en este mismísimo blog, la bolsita tejida con sachets de leche para poner los broches de la ropa, bolsa ésta que queda en la más recóndita de las intimidades del placarcito de los artículos e implementos de limpieza.

Tambíen estoy haciendo otra bolsita para poner el alimento de los gatos. Es decir, otra bolsita que no tiene por qué verse, que tiene un propósito meramente utilitario y que, por tal motivo, no tiene la obligación de verse elegante ni paqueta.

Con los mismos sachets de leche hice, al crochet, el asiento de una reposera chiquita y vieja, cuyo armazón en buen estado encontré hace mucho tiempo por la calle. No digo que ese tejido con sachets de leche pueda aguantar el peso de un ser humano, así que no lo recomendaría para ese uso; sin embargo, esta reposerita (cuya foto también mostraré cuando mi marido tenga que sacar fotos, así hacemos una tanda completa) será de uso de mis gatos. Y si no, que quede de adorno, pucha digo.

También guardo los cartones de las cajas de ravioles. Resulta que aquí, en la ciudad de Buenos Aires, las fábricas de pastas te venden los ravioles con unas cajitas de un cartón semiblando fantástico, que te sirve para hacer todo tipo de manualidades. Mi marido guarda la parte inferior, color gris, y yo guardo la parte superior, que en la fábrica de pastas de la que somos clientes viene estampada de colores.

Por supuesto, hay que sacudirle bien la harina, y sin más trámite queda un cartón buenísimo para varios usos. Yo armé unas cuantas flores para tapar la tapa de las bocas de luz, que son redondas, aburridas, de plástico blanco. Ditto, próximamente foto de ellas.

No digo que pueda hacerlo siempre, pero como tengo como cincuenta macetas de diversos tamaños en la terraza cada tanto viene bien echarle a la tierra de estas susodichas macetas las peladuras de zanahoria, por ejemplo, que nutre la tierra, lo mismo que las cáscaras de la papa cruda y de las frutas. Todavía no me animo a hacer compost, pero esto de echarle las cáscaras y restos vegetales a las plantas las ayuda en su crecimiento. Por lo menos a mí jamás se me secó o se me infectó una planta por mezclarles restos vegetales a la tierra.

Para todo lo que sea plástico tratamos de encontrar esas colectas en las que te piden artículos de plástico, desde tapitas de gaseosa hasta un balde viejo, para enviar a reciclaje y poder esas obras de beneficencia ganarse unos mangos que suelen ir al Hospital Garrahan o a instituciones parecidas. En Monte Castro hay varios comercios que tienen una canastita donde uno puede llevar las tapitas de gaseosa, agua mineral y agua saborizada, y ellos las entregan al destino que corresponde.

Con mi marido, parecemos dos botelleros (lo que en México sería un ropavejero; lo digo en "neutro" para que se entienda): cada cosa que vemos en la calle y que nos puede servir, venga. Tenemos un pie de máquina de coser pesadísimo, que alguien tiró a la calle hace como dos años. Todavía no lo usamos, pero se salvó de la perdición.

Lo mismo hacemos con maderas que están buenas. Sergio ya usó varias para sus trabajos.

No pido a nadie que recoja cosas de la calle. Sí me atrevo a pedir que apliquemos el eslógan del título: que le demos un segundo y hasta un tercer uso a las cosas (reutilizar); que reduzcamos la cantidad de basura que generamos y hasta me atrevería a pedir que reduzcamos la cantidad de artículos que consumimos (aunque no quiero inmiscuirme en la vida de nadie); y que enviemos prolijamente todo el cartón, el papel y el plástico a los pertinentes centros de reciclaje. 

viernes, 5 de octubre de 2012

¿Qué hacemos los traductores? (Volumen IV)

El otro día recibí un correo electrónico de una colega traductora cuyo nombre no recuerdo y cuyo mensaje perdí en la bandeja. O sea, soy un desastre.

Sin embargo, recuerdo que dicha dama me preguntaba cómo se hacía para conseguir traducciones literarias. Voy a responderle desde aquí, y también le pido disculpas por haber perdido el mensaje de correo electrónico (tal vez lo borré sin darme cuenta).

La primera traducción literaria que conseguí fue la del libro de Louis Ignarro, cuyo título en castellano es "NO más infartos" y fue editado por Distribuidora Lumen. ¿Cómo tomé contacto con Lumen? Por casualidad.

Todo comenzó así: me contacté con un psicólogo que editaba una revista de psicología. Yo quería publicar un aviso de traductora en esa revista, y cuando terminamos la conversación telefónica en la que le contraté el aviso, se me ocurrió preguntarle: "¿Vos hacés ediciones de autor?". El psicólogo me respondió que sí.

Por entonces, año 2004, yo estaba viendo de publicar en papel, como edición de autor, mi Diccionario de Falsos Cognados, el mismo que ahora está colgado en mi sitio de Internet. Así que tuve una reunión con este psicólogo y su esposa, les hablé del proyecto, y ellos me pasaron un presupuesto de cuánto me habría costado editar el diccionario con ellos.

El presupuesto se me escapaba de las manos; era más dinero del que yo disponía, así que renuncié a editarlo en papel. A los cuatro meses, más o menos, me vuelve a llamar este psicólogo y me dijo: "No te llamo por lo del presupuesto, sino para contarte que me enteré de que en Editorial Lumen están seleccionando traductores, y se me ocurrió contactarte. Escribile a Fulano de Tal en Lumen y enviale tu currículum".

Así lo hice, y así vino mi primer trabajo, al cual siguieron muchos otros, algunos editados y con buena salud, otros que quedaron sin editar, seguramente en espera de tiempos más propicios y prósperos.

Es decir, este primer trabajo fue, en cierta medida, por casualidad, pero no me parece menor el hecho de haberme contactado con el psicólogo/editor de la revista, aunque el objetivo primigenio de la reunión que mantuve con él y su esposa no haya sido el de promocionarme.

Y luego el editor de Lumen me recomendó con la gente de Prometeo Libros, ya que se conocían. Prometeo Libros necesitaba traductores y comenzaron a preguntar. Cuando preguntaron al editor de Lumen, surgió mi nombre. De nuevo, la casualidad.

Ahora bien: no todas son rosas. Desde hace tiempo estoy haciendo campaña entre las editoriales argentinas y extranjeras -es decir, envío tarjetas, currículums, cartas- y no hay respuestas favorables. Sabemos que hoy en día la cultura está en baja; no goza de la buena salud de que goza, por ejemplo, la gastronomía. Hoy en día, entre comprar un buen libro e ir a comer a un buen restaurante, nadie lo duda y se decide por lo segundo. Hoy en día, entre un programa de recetas de cocina y un programa de crítica literaria, nadie lo duda: gana por muerte la primera opción. 

También es cierto que una enorme parte de los libros traducidos al castellano llegan a la Argentina desde España, más precisamente desde Barcelona, así que posiblemente sea por eso que las gestiones ante editoriales argentinas sean infructuosas. Pero, bueno, como buena vasca que soy (soy argentina, en realidad, pero de ascendencia vasca), soy tozuda y sigo intentándolo. Es mucho mejor que los demás sepan quién soy, aunque el resultado no sea inmediato, a quedarme encerrada en mi casa.


miércoles, 3 de octubre de 2012

La informática aplicada a la traducción ("Persigue Manhattan")

Estoy traduciendo un libro sobre la época de Juan Manuel de Rosas. Cada vez que pongo "Rosas" y a continuación el verbo en singular, el programa Word "chilla" y bajo el verbo en singular coloca una vistosa viborita verde, señal inequívoca de un error gramatical (en este caso, de concordancia).

Esto me hace acordar de una anécdota que nos contó una vez una de mis profesoras del Traductorado, Moira Parga: estaba corrigiendo una traducción que se había hecho con un programa traductor. Aparecía a cada rato algo extraño, la frase "Persigue Manhattan". Sucede que el programa traductor había traducido el nombre del banco Chase Manhattan, lo había llamado "Persigue Manhattan", y quien había operado el programa traductor había dejado pasar el error.

Fe de erratas (o de ignorancia)

Una aclaración: en el artículo del otro día, el del presunto diptongo "-ea", quiero aclarar que me equivoqué: "ea" no es un diptongo, sino un hiato. Me llamó la atención al respecto una forista española de uno de los foros de LinkedIn, y tiene razón. Así que, hecha la aclaración y mi confesión de ignorancia al respecto, les pido a todos que, en dicho post, donde diga "diptongo", por favor, léase "hiato". Gracias.

lunes, 1 de octubre de 2012

30 de septiembre, día internacional del traductor

Hay poco que pueda decirse sobre los traductores o la traducción y que, a esta altura de la velada, resulte original. Las frases son, por fuerza, siempre las mismas: "Ay, ojalá tengamos más trabajo", "Ay, esperemos que los clientes nos valoren más", "Uy, si pudiéramos obtener más reconocimento social". Todo esto es harto sabido y, si bien es necesario decirlo, porque el silencio sería una alternativa muchísimo peor, hoy tengo ganas de tomarme un recreo de esas frases.

Les cambio la efeméride de ayer, día internacional del traductor, 30 de septiembre de cada año, por uno de las personas que me ayudó a elegir esta profesión: les voy a hablar de mi abuelo materno, Natal Santiago Ghislanzoni. Tipo callado, meditabundo, muy lector. Era talabartero de oficio, pero le gustaba encuadernar libros. Compraba los folletines -los cuadernillos de entregas semanales- en el kiosko de diarios y los encuadernaba. Tengo varios de esos libros: las tapas con lomo de tela ya está agrietadas, la goma de pegar ya está reseca y muchos se abren de sólo tocarlos, pero esos libros -sainetes, tragedias de Shakespeare, libros de Hugo Wast- los tengo yo; por suerte, me quedaron a mí en inconsciente herencia, porque cuando mi abuelo falleció, en 1974, no hizo ni testamento ni nada. Mi mamá y mi tío se llevaron sus poquísimas cosas de la casa y se las repartieron.

Tengo un recuerdo que jamás se me va a borrar de la cabeza: mi abuelo vivía en Av. Jorge Newbery y Montenegro, frente al paredón del cementerio de la Chararita. Y su gran paseo conmigo era tomarme de la mano, cruzar la avenida (que por los años setenta no tenía el tránsito que tiene hoy; en esa época pasaban muchos menos autos), y llevarme a ver la tumba de Alfonsina Storni. Y me explicaba quién había sido Alfonsina Storni. Después, íbamos a ver la tumba de mi abuela y el panteón de algún otro personaje conocido. Creo que el mismo Jorge Newbery está sepultado allí, en la Chacarita.

Otro paseo al que me llevaba mi abuelo era caminar por el costado de las vías y sacar un par de limones del limonero de un vecino, al que saludaba cordialmente; pero como esos limones estaban colgados de ramas que excedían la pared medianera, no había ni disculpas, ni vergüenzas, ni explicaciones. Él agarraba los limones, saludaba, le devolvían un saludo respetuoso y listo. 

Todo esto sucedía mientras él me sostenía con su mano. No puedo olvidarme de esa sensación de estar protegida y acompañada por un caballero tan piola, con el que no hacían falta muchas palabras para estar a gusto.

Él fue el primero que me enseñó qué era una poetisa. Él fue el primero que metió en mi cabeza y en mi alma la idea de que hay gente que vive de escribir frases que riman y que suenan lindo. Él fue uno de los que me quitó el velo de los ojos y me dijo, a su manera: "Podés escribir".