Desde hace bastante tiempo llevo mis propias bolsitas a la verdulería, al supermercado, a donde sea que tenga que comprar algo.
Más
de una vez la cajera del supermercado o el empleado de la
verdulería/carnicería se me rieron, "si total no te cobramos la bolsita,
¿para qué la traés?".
Como siempre, la disfrazada sin carnaval, la viento en contra.
Desde hace bastante tiempo nos esmeramos, mi marido y yo, en separar el papel, cartón y plástico en una bolsita, y los residuos orgánicos en otra, y tratamos de usar como corresponde los pertinentes contenedores que tan amablemente nos ha instalado el Gobierno de la Ciudad en nuestro barrio.
Y digo "como corresponde" porque la mayoría de los vecinos ni se fija: allí donde vea un contenedor, tira su bendita basura, sin clasificar, sin fijarse si el contenedor es de residuos húmedos o secos. Un chiquero, parecen menos que amebas. No tiran al bebé o al perro porque Dios es grande.
Ahora, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires descubre el agua tibia: que tenemos que separar los residuos entre "reciclables" y "no reciclables", entre "húmedos" y "secos", para lo cual hacen que los supermercados grandes (en los supermercaditos chinos todavía no las vi) nos vendan dos tipos de bolsitas, para proceder a la susodicha clasificación.
En buena hora, chochamus, pero me parece que la tortuga está a varios kilómetros adelante. Ojalá que para otras iniciativas podamos mejorar la puntería, léase el "timing".
Personalmente, no tiro ningún sachet vacío de leche: se lavan todos y se guardan secos. Luego, los corto en una tira continua, de medio centímetro de ancho, con el procedimiento de caracol, y tejo al crochet con ese "hilado" plástico. No digo que quede elegante, muy por el contrario, pero próximamente les mostraré vía foto, en este mismísimo blog, la bolsita tejida con sachets de leche para poner los broches de la ropa, bolsa ésta que queda en la más recóndita de las intimidades del placarcito de los artículos e implementos de limpieza.
Tambíen estoy haciendo otra bolsita para poner el alimento de los gatos. Es decir, otra bolsita que no tiene por qué verse, que tiene un propósito meramente utilitario y que, por tal motivo, no tiene la obligación de verse elegante ni paqueta.
Con los mismos sachets de leche hice, al crochet, el asiento de una reposera chiquita y vieja, cuyo armazón en buen estado encontré hace mucho tiempo por la calle. No digo que ese tejido con sachets de leche pueda aguantar el peso de un ser humano, así que no lo recomendaría para ese uso; sin embargo, esta reposerita (cuya foto también mostraré cuando mi marido tenga que sacar fotos, así hacemos una tanda completa) será de uso de mis gatos. Y si no, que quede de adorno, pucha digo.
También guardo los cartones de las cajas de ravioles. Resulta que aquí, en la ciudad de Buenos Aires, las fábricas de pastas te venden los ravioles con unas cajitas de un cartón semiblando fantástico, que te sirve para hacer todo tipo de manualidades. Mi marido guarda la parte inferior, color gris, y yo guardo la parte superior, que en la fábrica de pastas de la que somos clientes viene estampada de colores.
Por supuesto, hay que sacudirle bien la harina, y sin más trámite queda un cartón buenísimo para varios usos. Yo armé unas cuantas flores para tapar la tapa de las bocas de luz, que son redondas, aburridas, de plástico blanco. Ditto, próximamente foto de ellas.
No digo que pueda hacerlo siempre, pero como tengo como cincuenta macetas de diversos tamaños en la terraza cada tanto viene bien echarle a la tierra de estas susodichas macetas las peladuras de zanahoria, por ejemplo, que nutre la tierra, lo mismo que las cáscaras de la papa cruda y de las frutas. Todavía no me animo a hacer compost, pero esto de echarle las cáscaras y restos vegetales a las plantas las ayuda en su crecimiento. Por lo menos a mí jamás se me secó o se me infectó una planta por mezclarles restos vegetales a la tierra.
Para todo lo que sea plástico tratamos de encontrar esas colectas en las que te piden artículos de plástico, desde tapitas de gaseosa hasta un balde viejo, para enviar a reciclaje y poder esas obras de beneficencia ganarse unos mangos que suelen ir al Hospital Garrahan o a instituciones parecidas. En Monte Castro hay varios comercios que tienen una canastita donde uno puede llevar las tapitas de gaseosa, agua mineral y agua saborizada, y ellos las entregan al destino que corresponde.
Con mi marido, parecemos dos botelleros (lo que en México sería un ropavejero; lo digo en "neutro" para que se entienda): cada cosa que vemos en la calle y que nos puede servir, venga. Tenemos un pie de máquina de coser pesadísimo, que alguien tiró a la calle hace como dos años. Todavía no lo usamos, pero se salvó de la perdición.
Lo mismo hacemos con maderas que están buenas. Sergio ya usó varias para sus trabajos.
No pido a nadie que recoja cosas de la calle. Sí me atrevo a pedir que apliquemos el eslógan del título: que le demos un segundo y hasta un tercer uso a las cosas (reutilizar); que reduzcamos la cantidad de basura que generamos y hasta me atrevería a pedir que reduzcamos la cantidad de artículos que consumimos (aunque no quiero inmiscuirme en la vida de nadie); y que enviemos prolijamente todo el cartón, el papel y el plástico a los pertinentes centros de reciclaje.