domingo, 29 de julio de 2012

"De marras"

Según el diccionario Clave, la expresión "de marras" significa "de siempre o ya conocido". El origen de la palabra "marras" es árabe, "marra", que significa "vez".

En cierta ocasión fui testigo de una anécdota bastante curiosa: el traductor Ricardo Chiesa nos estaba tomando un examen parcial; había dos versiones de dicho parcial, el famoso "tema A" y el "tema B". A mí me había tocado el tema B, y en el parcial destinado al tema A el profesor Chiesa había incluido la frase "de marras" en la siguiente frase: "el contrato de marras".

Gran revuelo gran entre mis compañeros del tema B: abrieron cuanto diccionario jurídico bilingüe tuvieron a mano para buscar qué era un contrato de marras. Pensaron que era un contrato que versaba sobre alguna figura jurídica que o bien no habían aprendido nunca, o bien que ya habían olvidado. En realidad, "el contrato de marras" no alude a ningún instituto jurídico, sino que significa lisa y llanamente "el contrato mencionado", "el contrato aludido / a que se ha hecho alusión".

Cuando el profesor Chiesa volvió con los parciales corregidos mencionó que pocos había resuelto satisfactoriamente ese escollo. En ese momento, me di cuenta de lo importante que es conocer y tener presentes ciertas locuciones y hasta palabras que suenan anticuadas y son anticuadas, pero que pueden aparecer en cualquier texto. Imaginemos en este caso que no estábamos en un parcial, sino traduciendo para un abogado veterano, que posee un idiolecto muy distinto del de un abogado joven. Seguramente ese abogado veterano habría escrito "el contrato de marras" en un memorando o en un escrito, y ya sabemos que el traductor, por su parte, debe seguirle el paso al autor original.

Esta anécdota también me hizo acordar un par de episodios que me sucedieron cuando yo daba clases en el instituto de inglés: había alumnos jóvenes que, ante determinada palabra difícil o que a ellos se les antojaba anticuada, me preguntaban: "Pero esta palabra ¿se sigue usando?", en un claro intento de "gambetear" el problema. Pero hete aquí que la lengua tiene dos caras: una activa -la que usa uno- y una faceta pasiva, que es el vocabulario que emplea el otro y que nosotros debemos comprender para posibilitar la comunicación

En el caso del contrato de marras, se había producido un pequeño "blip", un corte en la comunicación; se les había tildado el sistema. La cantidad de palabras que sepamos hace que, además de posibilitar una comunicación fluida (además de otros factores, claro está), podamos disfrutar más del acto comunicativo, puesto que nos sentiremos más competentes en la tarea de dialogar.


El punto y coma y el espíritu crítico


Esta historia tiene varios personajes: una querida compañera de trabajo en Turner Broadcasting, Alicia Pérez, una licenciada en letras con quien tomé clases de corrección gramatical y de estilo (a la que llamaremos "Silvia"), y una servidora.

Un día, Alicia Pérez, en uso de la autoridad que le conferían sus funciones, me dijo: "Luisa, usás demasiado el punto y coma, y según lo que vi en el curso de corrector de estilo de la Fundación Litterae (de donde ella es egresada), no se lo usa tanto". Y acto seguido me mostró un texto que yo había entregado y que ella había corregido; en varias de esas correcciones había cambiado el punto y coma por un punto y seguido.
Siempre me resulta interesante escuchar distintos puntos de vista sobre la gramática, la puntuación y el estilo porque de esa manera uno abre su mente y crece interior y profesionalmente. Me quedé reflexionando sobre lo que me había dicho Pérez y, como por entonces yo tomaba clases con la Lic. Silvia, aproveché para plantearle la cuestión.

La Lic. Silvia, luego de escuchar mi pregunta, reflexionó un segundo y me dijo: "Está bien, puede ser que ya no se lo use tanto, pero no está prohibido por la Academia; es decir que todavía está vigente y, si bien su uso es restringido, puede seguir empleándoselo".

Parecerá una tontería, pero esa simple frase me abrió toda una puerta a una forma de reflexionar sobre algo tan simple como los signos de puntuación. Me pareció que lo que había hecho la Lic. Silvia era aplicar el espíritu crítico a una afirmación, "el punto y coma se usa muy poco", que, a fuerza de subjetiva, tal vez brindaba una visión parcial de la cuestión (es decir, del uso del punto y coma).

En la escuela primaria y también en la secundaria me enseñaron el idioma castellano atado a una serie de dogmas: "esto es así y no de otra forma"; "esto es asá y de ninguna otra manera". Me resultó extraño, revolucionario, pero finalmente liberador darme cuenta de que los distintos gramáticos tienen ideas y posturas diferentes, sobre todo cuando hasta entonces yo misma creía que la gramática castellana estaba formada por ciertas reglas casi pétreas.

Usar más o menos el punto y coma me parece una sana cuestión de criterios, y en este punto me acerco a lo que escribí en otro artículo de este blog, "¿Qué nos pasa a los traductores?": me parece que el ejercer el espíritu crítico, alejarse de los dogmatismos o apegarse a ellos por buenas razones es lo que le da vida a nuestra profesión. Implica que el idioma también está vivo más allá de los neologismos; está vivo desde otro lado. Y adicionalmente el espíritu crítico nos ayuda, como dije en el artículo citado, a buscar el fundamento de por qué hacemos lo que hacemos. El traductor Ricardo Chiesa, querido profesor mío, siempre hablaba de elegir los equivalentes de las palabras y de fundamentar esas elecciones en textos reconocidos (diccionarios, libros de texto, por ejemplo). Nos hacía razonar. El uso más o menos extenso del punto y coma también nos obliga a leer sus reglas de uso, a razonarlas, a aplicarlas y a defenderlas. Todo un ejercicio para cuando tenemos que tomar decisiones más arriesgadas no ya en una traducción, sino en nuestra vida.

sábado, 28 de julio de 2012

La ¿panacea?


Desde hace ya un tiempo se vienen viendo en la pantalla porteña de la televisión por cable varias publicidades del sistema de enseñanza del inglés llamado Open English, un sistema que, por lo que muestran los avisos, es a través de Internet y con profesores nativos.

Es tal el énfasis que hace esta empresa en que "los profesores son nativos" que llegan hasta a ridiculizar a los profesores no nativos; es decir, los naturales de nuestros modestos países latinoamericanos que no solamente tenemos el tupé de aprender el idioma del Gran País del Norte (Estados Unidos) y de la Patria Pirata (el Reino Unido de Gran Bretaña [no te pusiste nombre, Gorosito]), sino que tenemos la caradurez de querer enseñarlo a nuestros compatriotas.

La primera reflexión que se me cruza por mi hueca cabeza cada vez que veo uno de esos avisos es que en Buenos Aires (no hablaré del resto de la Argentina porque no la conozco, y no hablo de lo que no conozco) hay excelentes institutos de enseñanza del idioma inglés cuyos profesores no son nativos. Esos excelentes institutos de enseñanza están poblados con profesores que, a su vez, se graduaron en las excelentes casas de estudios que tenemos en Buenos Aires. ¿Un solo ejemplo? El Instituto Superior del Profesorado Joaquín V. González. ¿Otro ejemplo? El Instituto Superior de Enseñanza en Lenguas Vivas Juan Ramón Fernández (el "Lenguas", para los amigos). Es decir, la caricatura que presentan los avisos del sistema Open English, la profesora Fulanita que estudió seis meses en Miami, distan años luz de lo que es la realidad porteña, con lo cual podemos, en principio, quedarnos tranquilos de que, si estudiamos como alumnos en un instituto de inglés mínimamente reconocido, tendremos la garantía de aprender un buen inglés.

Pero hay otros motivos para quedarnos tranquilos si no apelamos a la panacea, que en este caso viene a ser el profesor nativo: no sé si el público lector lo habrá observado, pero cada vez más los textos con que se enseña el idioma inglés –abrumadoramente británicos, muy pocos de ellos de origen estadounidense– incorporan el inglés hablado por distintas nacionalidades: te incluyen a un árabe hablando inglés, a un japonés hablando inglés, a un noruego hablando inglés, a un alemán hablando inglés. Es decir, esta tontería de que "el idioma te lo tiene que enseñar un nativo" queda derrotada por el mismo centro de donde emana el negocio del inglés: los mismos británicos te dicen: "Ojo, por si no te diste cuenta, que nuestro idioma lo habla todo el mundo. Acá tenés distintos acentos que te podés encontrar cuando salgas al mundo con tu flamante idioma inglés recién aprendido".

Pero adicionalmente hay más motivos para quedarse tranquilos: yo trabajé unos tres años en un instituto de inglés, chiquito, modesto, del copetudísimo barrio de Belgrano, y lo que saqué en limpio de mi experiencia en ese instituto es que el servicio que presta el famoso y nunca tan bien ponderado nativo es muy limitado: no solamente desaparecían un día sin dar explicaciones, y por ende dejaban en banda sus cursos —con lo cual las profesoras no nativas teníamos que sacarle a la directora las papas del fuego haciéndonos cargo de los susodichos cursos abandonados por "el nativo"—, sino que dichos nativos solían no tener conocimientos muy sólidos que digamos de la gramática de su lengua madre. Sí, son geniales para conversar, le dan a la sin hueso hasta por los codos; pero pediles que te enseñen cómo funcionan las oraciones subordinadas y a más de uno de los que yo conocí se les quemaban los papeles.

Ya sé que los escasos treinta segundos de la publicidad presentan sólo una versión y una visión esquemáticas de lo que es la enseñanza del inglés; me atrevo a decir, también, que la visión y la versión que Open English presenta de la enseñanza del inglés en países latinoamericanos es, además, un tantín ofensiva del material humano e intelectual con que contamos en la Argentina. Justamente por es esquematicidad me permito dejar constancia aquí de que no todo es blanco y negro; la enseñanza por parte de nativos garantiza muy poco, y si bien es necesario tener una pronunciación correcta del inglés, el adquirir el acento del inglés es casi imposible. Habría que irse a vivir a un país anglosajón y no volver a hablar castellano, puesto que, según mi modesta teoría al respecto, habría que reeducar el posicionamiento de los músculos fonatorios y utilizarlos como los utilizan los anglosajones. 

¿Acostumbrarse a escuchar otros acentos? Eso sí es importante. Pero ¿sabés qué? Hay tanta variedad en la televisión por cable (Film&Arts, por ejemplo), que no te hace falta acudir a Open English; con mirar las series, las películas y los programas que más te gustan ya tenés cubierto todo el espectro de acentos, desde Australia hasta la Patria Pirata, pasando por los cincuenta y tantos estados del Gran Ispa del Norte.

jueves, 26 de julio de 2012

¿Qué nos pasa a los traductores?

Recibí con mucho agrado (qué viva, porque me elogia) el correo electrónico de Natalia. 

El mencionado mensaje dice lo siguiente:

Hola, me tomé unos minutos para buscar una forma de contactarla porque conocí su blog por medio de unos de los grupos de LinkedIn y me pareció muy interesante.  Estuve leyendo algunas entradas y me lo guardé en "Favoritos" para ir leyendo más.  

Soy traductora de inglés, pero por muchos años no ejercí la profesión [...] .  Por este motivo, no estoy tan metida en el mundo de la traducción y conocer blogs como el suyo me ayuda a ver que mis opiniones no son tan diferentes de las de los profesionales con mucha más experiencia.  Está bueno saber que otros se indignan con las malas traducciones tanto como yo.  Y no sabe las cosas que hay que ver en las traducciones voluntarias de gente muy solidaria pero cero traductora.

En fin, no quiero molestarla, simplemente felicitarla por el blog y por su manera de pensar.

Saludos y que tenga buenas tardes,

Natalia

Por supuesto, agradezco cálidamente este mensaje, y lo agradezco no sólo porque me agranda el ego más de lo que lo tengo agrandado, sino porque me da pie a desgranar algunas reflexiones que, a renglón seguido, paso a compartir con la audiencia:

- Desde hace bastante tiempo vengo notando que los traductores somos personas (nótese el "somos", lo cual me incluye) muy apichonadas. Los abogados opinan sobre los fallos que dicta la justicia, sobre las modificaciones que se introducirán al Código Civil, sobre las ya introducidas al Código Civil, opinan sobre todo lo que consideran conveniente opinar. Lo mismo sucede con los contadores, cuyos conocimientos de economía les permiten opinar sobre los diversos momentos económicos de la Argentina. Los escribanos opinan, los arquitectos opinan, los licenciados en Economía opinan. Todos opinan... menos los traductores.

- Yo supe frecuentar un par de foros (no voy a promocionarlos aquí mencionándolos por su nombre), y resulta que me encontré con que si uno no opinaba según el consenso general de los dos o tres foristas "líderes", o si no opinaba en consonancia con la opinión de la dueña del foro (sí, esa que hace humo al amanecer), prácticamente te tiraban con tomates podridos por la cabeza. Me parece que la idea de expresar una opinión es precisamente eso: dar a conocer una visión totalmente subjetiva y parcial de las cosas, pero que forma parte del propio credo. No: el traductor espera de sí mismo y de los demás pronunciar la frase digna del frontispicio griego, una verdad inmóvil, absoluta y sapientísima que no pueda controvertirse.


- Muchachos y muchachas traductores, me parece que como primer ejercicio estaría bueno empezar a decir pavadas. No todo el tiempo, pero sí durante un buen rato. Y el siguiente ejercicio sería largarse a hablar con fundamento, pero con toda la libertad de defender el propio punto de vista, y refutar con toda energía no al que expresa una opinión contraria, SINO AL QUE PRETENDE CENSURARNOS.


Me parece que como comienzo no está mal. Y por supuesto que nos cabe no sólo la facultad de opinar sobre malas traducciones, publicidades mal redactadas, informes que da asco leer, sentencias con frases pretenciosas y todo otro texto que se aleje de los postulados básicos griceanos: creo que tenemos la obligación de hacerlo. Atenti, muchachos: cuando un lugar queda vacío, otro viene a ocuparlo. Lo dijo Freud, pasa con la dentadura... que no nos pase a nosotros, sobre todo a los que nos pelamos el culo estudiando.



 






Calcos de traducción - El adjetivo "legal"

Uno de los grupos de los que participo en LinkedIn es el de graduados de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Allí, con notble pertinacia, alguien se empeña en postear lo siguiente:

"Busque en nuestra base de datos de trabajo real de los trabajos legales por categoría o ubicación".

En principio, la sintaxis deja que desear; pero lo que también me preocupa es este pegajoso calco del inglés que consiste en utilizar la palabra "legal" cuando en el castellano de Argentina tradicionalmente se utilizaron otros adjetivos.

En este caso concreto, si hablamos de "trabajos legales", por oposición tenemos los "trabajos ilegales". Sí, por supuesto, yo tengo ganas de que me ofrezcan un trabajo legal, porque tengo muy poca habilidad y experiencia para los trabajos ilegales como robar, matar, extorsionar, destruir propiedad ajena, secuestrar, defraudar, etcétera. Además, lo lógico es que en un boletín de graduados de una universidad se ofrezcan trabajos legales y no ilegales. 

Humoradas (tontas) aparte, lo que se está ofreciendo es "trabajos en el área jurídica". Es un error ofrecerlos como "trabajos legales" porque el significado de la expresión "trabajo legal" es diferente de la expresión "trabajar de (o como) abogado".

Lo mismo sucede con la aplicación del adjetivo "legal" a "traducciones". "Tengo para vos una traducción legal". Misma objeción: ¿y cómo sería una traducción ilegal? ¿Sería la traducción de un documento donde un narcotraficante admite que trafica droga, por ejemplo? ¿De que un asesino asesinó a alguien? No, muchachos, estamos hablando aquí de una traducción jurídica, no de una traducción legal.

¿Podemos quedar de acuerdo en algo, en principio? No digo que todo tiempo pasado sea mejor, pero es cierto que antes, cuando yo era chiquita, y "más antes" también, se hablaba mejor.  Volvamos a hablar como nuestros abuelos, que vamos a meter la pata muchísimo menos.


miércoles, 25 de julio de 2012

Licenciatura en Argentinidad

Circula un viejo chiste sobre los argentinos: "Es buen negocio comprar a un argentino por lo que vale y venderlo por lo que él cree que vale". Sí, parece un chiste, pero resulta que, si es verdad que los argentinos somos agrandados (es decir, que alardeamos de características positivas que en realidad no tenemos), es porque los que tenemos algunos años encima hemos cursado varias materias, a la fuerza, que incrementan nuestro valor agregado.

Materia número uno: todo argentino es un casi experto en economía. Imposible vivir en la Argentina sin conocer los rudimentos de esa antigua disciplina, cosa de que no te emboquen los bancos y -una vez más- te confisquen los ahorros. En dólares, en pesos, en patacones, en euros, cada equis cantidad de años hay un terremoto financiero, y hay que estar, si no cubierto, mínimamente avisado.

Materia número dos: todo buen argentino que se precie de tal es experto en numismática. Ahora quizá no tanto, pero hemos tenido epidemias de billetes falsos y hasta de monedas falsas. Aprender a mirar la sombra que acompaña al prócer de turno, el colorcito del numerito del billete, afinar las dotes táctiles para ver si el papel era de posta (verdadero) o trucho (falso), calcular el peso de la moneda falsa (más liviana) versus el de la verdadera (más pesada) son habilidades de las que ningún argentino prescinde.

Materia número tres: todo argentino avezado es experto en criminología y seguridad. La disposición de las luces de la casa y de la calle, la contratación de alarmas y servicios de vigilancia, las precauciones que hay que tomar para meter el auto en la cochera, las precauciones que hay que tomar antes de salir de vacaciones, cómo organizarse entre los vecinos para combatir la mente criminal, entre muchos otros puntos del programa, son obligatorios para los argentinos.

Para redondear: no es que seamos fanfarrones, no. Es que nos hemos pelado el trasero a fuerza de corralitos, muertes gratuitas, desagio, confiscación de depósitos a plazo fijo, vedas alimentarias y financieras varias, bicicletas y aerobismos financieros, todo ello condimentado con gobiernos que dejan que desear, y nos gusta mostrar el título. 






Yo no fui

Con algunos verbo sucede lo siguiente: yo no ejecuto la acción en forma directa, sino que le encargo a otro (persona o cosa) que la ejecute. Es decir, casi, casi una expresión gramatical de la famosa frase de Bart Simpson, "yo no fui".

Un agotador infomercial que se difunde por cable en Buenos Aires promete que su plancha a vapor "desaparece las arrugas". Caos en mi tímpano, atentado contra el sentido común. En realidad, la susodicha plancha a vapor "hace desaparecer las arrugas". El verbo "desaparecer" es intransitivo. Fijémonos, si no: "La niña desapareció", y si la oración termina ahí tiene perfecto sentido y es gramaticalmente impecable. El verbo "desaparecer" sólo es transitivo si lo uso de manera causativa, es decir, si lo expreso de manera tal que le hago hacer algo a la plancha a vapor: "La plancha a vapor hace desaparecer las arrugas".

Otro ejemplo es "correr la voz" o, como anunciaba un candidato a Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires en las últimas elecciones, "corré la bola". Estos usos están mal, son ilógicos y además suenan mal: lo que corresponde es "hacer correr la voz" o "hacer correr la bola", que en Buenos Aires es lo mismo. "Bola", en esta frase, reemplaza a "voz". 


martes, 24 de julio de 2012

Viejo

 

El adjetivo sustantivado "viejo" (o "vieja") se utiliza en la ciudad de Buenos Aires, alrededores, y supongo que en gran parte de la Argentina para denotar al propio padre o a la propia madre, o al padre o madre de otra persona. Su connotación es esencialmente cariñosa.

Hay una fábrica de pastas cercana a mi casa, "La vera pasta", cuyo lema es "La pastasciutta que mangia il mio vecchio". Aquí vemos un error de traducción producido por una literalidad inadecuada; se tradujo palabra por palabra sin tomar en cuenta el factor cultural: en la Argentina, la palabra "viejo" es sinónimo cariñoso de "padre"; en el idioma italiano, no. Podemos usar "babbo", pero no "vecchio"; "vecchio", en este caso, no quiere decir nada en el peor de los casos, y en el mejor y más benévolo de los casos, se trata de una oración trunca: "La pastasciutta que mangia il mio vecchio babbo".

Y no voy a dejar de repetirlo: traducir parece fácil, pero no lo es. Busque a un traductor profesional que lo asesore...


Estar en la pomada

La expresión idiomática "estar en la pomada" data, según recuerdan mis cuarenta y siete años, de los años setenta. Seguramente data de mucho antes. Significa "estar en pleno conocimiento de algo", "conocer algo en profundidad", "estar 'empapado' de cierto conocimiento".

Será vieja, pero es una expresión que me gusta mucho, me cae muy simpática y personalmente la uso. No importa si me hace ver o parecer vieja. Ya estoy vieja.

viernes, 20 de julio de 2012

Jarabotina

Otra palabra que utilizaba mi viejo como sinónimo de "quilombo" o "despelote"; es decir, como sinónimo de la palabra "lío", pero bastante más grave.

La frase completa era "se armó flor de jarabotina".

No sé su origen. No la encontré en Internet. Por eso, la rescato aquí.

Tornillo

"Tornillo" era la palabra que usaba mi papá para decir "frío", pero no cualquier frío: el frío con viento. "Hace un tornillo bárbaro", o "hace un tornillo...", con esos puntos suspensivos bien marcados, eran sus frases cuando aludía al frío.

Otra palabra que tiene que ver con frío y con corrientes de aire es "chiflete". Ésta es una palabra argentina; en algún capítulos de Los Simpson oí que algún personaje decía "chiflón", pero, según sé, en la Argentina decimos "chiflete". Se trata de una brisita leve pero persistente -fría, claro- que entra por la rendija formada por una puerta y su marco, o por las tablitas de las persianas, o por la rendija formada también por una ventana y su marco, o entre dos hojas de la ventana.

El tornillo, por su parte, es el viento frío invernal del aire libre. Sería algo así como el padre del chiflete.

La traductora de los Simpson

Me permito reproducir a continuación una interesantísima nota realizada a la traductora española de los Simpson. El enlace original de donde fue tomada esta nota es http://www.yorokobu.es/traduciendo-los-simpson-o-la-inventora-de-del-fresisuis/.

Me parece muy importante difundir la tarea anónima y silenciosa (*) de los traductores, y me parece importantísimo que figuremos un poco más.

(*) Ay, sí, ya sé; es un lugar común decir esto de "tarea anónima y silenciosa", pero es verdad. Al que no le caiga simpático, que no lo lea.   

 

La traductora de los Simpson



Probablemente eres una de las millones de personas que cada día ve, al menos, un capítulo de Los Simpson. Te compadezco si formas parte de la gran masa que arrastra los pies, de bajón, precisamente porque no puede hacerlo. Si estás en uno de estos dos grupos, María José Aguirre de Cárcer es una persona muy importante en tu vida, aunque seguramente te acabas de enterar.

Desde su estreno en España en 1991, María José ha sido la encargada de traducir todos los guiones de Los Simpson, incluida la película y los videojuegos. Así que si te sueles despedir de los sitios con un “Adiós, pringaos” igual que Homer, María José es la culpable, porque cuando Homer habla en inglés… No dice eso.
Pero aunque es una serie muy exigente para un traductor como ahora veremos, María José no solo se ha dedicado a traducir las ocurrencias de los habitantes de Springfield, sino que también ha sido la responsable de la adaptación al román paladino de, entre muchísimas otras, Seinfeld, Lost, Expediente X, Futurama, Sensación de vivir, Melrose Place, Primos Lejanos, Entre Fantasmas, documentales como los de Lonely Planet e innumerables películas.

“La traducción de una serie, a diferencia de un largometraje, debe plantearse como un viaje de largo recorrido”. Para realizar este trabajo, María José ha ido creando un archivo exhaustivo sobre la serie en el que cuenta con glosarios, guiones originales, traducciones, guiones adaptados y definitivos, documentación e información diversa de todo tipo. Un auténtico paraíso para cualquier fanático de la serie estrella de Matt Groening.

La traducción audiovisual no es un negocio sencillo por muchas razones. “Los traductores somos los primeros que trabajamos con un material que más tarde pasará por diversas manos: departamento de producción, ajustador, director y actores, y debemos facilitar la labor a quienes nos siguen. Hay que procurar mantener el mismo ritmo y la misma longitud de frases que el guión original para que encaje con la imagen, lo que no es siempre fácil ya que en castellano necesitamos más palabras que en inglés para decir lo mismo”.

“También es muy importante no perder matices ni referencias. En este capítulo entrarían también los gestos y expresiones. Hay que encontrar la forma de adaptarlos a nuestro idioma”. Decisiones que una vez tomadas al principio de la serie han sido tanto parte de su éxito como algo fundamental que ha dado forma a su personalidad única. “Por ejemplo, el ‘Wow!’ de Homer pasó a ser ‘¡Mosquis!’, pero es ‘¡mola!’ o ‘¡toma!’ si quien habla es Bart o ‘¡guay!’ si es Lisa. ‘Woohoo!’ se convirtió en ‘¡Yuju!’ y ‘D´oh!’ en ‘¡Jo!’”.
La coherencia es algo fundamental en Los Simpson, serie que contiene miles de autorreferencias que incluso son comentadas en muchos casos por los propios personajes. María José también tiene cuidado con eso: “Con la directora de la serie, Ana María Simón, comparto todos mis conocimientos. Si una frase ha aparecido antes, le hago saber en qué episodio se dijo, en qué contexto y cómo se tradujo. También introduzco notas sobre el tono o la intención, que son muy útiles para los actores que tienen que interpretar el texto”.
Otro tema fundamental son las referencias culturales. Todos recordamos algunas series de hace años en las que quizá en un intento para acercarlas al espectador se sustituían las referencias originales de la serie por referencias españolas, dando como resultado, por ejemplo, que un chaval negro de Filadelfia imitase a Chiquito de la Calzada.



“Yo estoy totalmente en contra de esto, además esas sustituciones suelen envejecer muy mal, mi enfoque ha sido siempre el de adaptarlas, acercando el texto al espectador pero manteniéndome fiel al original. Para hacer esto, me pregunto qué función cumple cada referencia para que, aun cambiándola, se alcance el mismo objetivo. Si una frase, por ejemplo, contiene el nombre de una persona de la vida pública estadounidense desconocida en España, lo cambio por otra conocida por un sector más amplio. Por ejemplo, en el episodio 370, Ned Flanders, hablando de los inocentones Rod y Tod, dice:

‘Our last babysitter let them watch Comedy Central! Now Rod makes me check the closet every night for Rita Rudner’

Traducción:
‘La última canguro les dejaba ver la MTV y ahora Rod me obliga a mirar todas las noches debajo de la cama por si está Michael Jackson’

Siempre explico el cambio que he hecho y por qué, y en ocasiones ofrezco más de una alternativa. La directora es siempre la que tiene la última palabra”.

Otra característica muy marcada de la serie es que cada uno de los personajes tiene una forma absolutamente particular de expresarse, cualquier personaje secundario tiene sus muletillas y es fundamental respetarlas. “Me divierte especialmente traducir los diálogos del Señor Burns, buscar frases hechas y exabruptos anacrónicos que se adapten a su forma de ser y que dejen patente que pertenece a otra época.

Por ejemplo:
‘¡Es una auténtica sinvergonzonería que las mozas de buen ver se libren con sus coqueteos de las multas por exceso de velocidad!’

También es siempre un reto alcanzar un nuevo nivel de cursilería cada vez que habla Ned Flanders:
‘He preparado galletitas de arroz para nuestros desprogramadorcillos’”.

Lo que nos hemos podido reír. Pero todo tiene que acabar. Los rumores sobre el fin de Los Simpson han sido una constante en los últimos tiempos, sobre todo después de los problemas de renegociación de contratos de los actores americanos que ponen la voz a los personajes.


 
Finalmente lo han confirmado, se ha llegado a un acuerdo y la temporada 25 será la última de Los Simpson (a la gente que no lo sabía, lo siento, odio ser quien te de la noticia). “Sí, efectivamente, la serie acaba con la temporada 25, me va a dar mucha pena porque mi labor como traductora se ha desarrollado de su mano y les debo mucho a ‘Los Simpson’. También es cierto que veinticinco años son muchos y, antes de que se vea afectada su calidad, es mejor que termine. Entonces, estoy segura de que Matt Groening nos sorprenderá con algo nuevo y original. Pero en fin, siempre nos quedará Futurama”.

“Me siento afortunada de haber podido traducir la serie y de haber tenido ocasión de ir depurando mi traducción con los años. Traducir Los Simpson es un trabajo especialmente laborioso, pero tiene sus contrapartidas. Una de ellas, quizá mi preferida, es la libertad con la que puedo encarar las traducciones gracias al entendimiento que he conseguido tener con la directora de la serie. Poder inventar palabras como ‘fresisuis’ (‘squishee’ en el original) o frases como ‘mutiplícate por cero’ supone un desafío y un importante aliciente”.

“Por otra parte, sigo conservando palabras ideadas por el anterior director de la serie y antigua voz de Homer, Carlos Revilla, como badulaque o mosquis para mantener el estilo y como homenaje a él”. Nunca está de más recordar algunas de las mejores traducciones de María José, mis favoritas: “Espumito MacDuff”, “Idiotasio Z. Bragapompi”, “Me duele la barriga de ganas de quererte”, “El peso específico del Salchichonio” o los “Gambones al vapor”.

¿Me atreveré a decir que Los Simpson en español son más graciosos que en inglés? María José tiene una opinión muy abierta para una persona tan implicada en el sector del doblaje. “Como amante de los idiomas, me gusta la versión original. Desde que tengo cuenta en Filmin, me estoy inflando a ver películas que solamente pueden verse en festivales o salas en V.O.S.E durante un breve espacio de tiempo. Me encantan el cine iraní, el japonés, el danés… Y a fuerza de escuchar, voy reconociendo palabras. No pretendo aprender esos idiomas, pero sí cogerles el aire, acostumbrar mi oído a ellos”.

“Sin embargo, hay series que me gustan más dobladas, por ejemplo ‘Los Soprano’. Me he habituado a sus voces y el trabajo de traducción, adaptación y doblaje me parece fantástico. Con esto quiero decir que una cosa no quita la otra, tanto el doblaje como el subtitulado tienen sus ventajas e inconvenientes. Con el doblaje te puedes concentrar en la imagen y olvidarte de ‘leer’. Por otra parte, las películas subtituladas te permiten disfrutar de las voces originales, pero a veces la labor de síntesis conduce a que te parezca estar leyendo textos tipo telegrama. En resumen, me gustan los buenos doblajes y los buenos subtítulos, aunque lo de ‘buenos’ sea un poco subjetivo. Mis series y películas favoritas, si puedo, las veo en ambas versiones”.
Otro tema polémico cuando se habla del mundo audiovisual es el papel de internet. Está claro que, problemas de piratería aparte, los seguidores de una serie saben cuándo se comienza a emitir en versión original y quieren verla sea como sea, los hábitos de entretenimiento actuales no tienen nada que ver con los de hace diez años. “Se podría hablar mucho sobre este tema. La necesidad de anticiparse a las páginas de descarga ha obligado a la industria del cine a llevar a cabo ‘estrenos mundiales’, cosa que afecta mucho al trabajo de los traductores audiovisuales. Tenemos que traducir versiones preliminares hasta que llega la versión final. De ‘Los Simpson, la película’ llegué a traducir hasta siete versiones”.

“Entiendo que mucha gente quiera ver sus series preferidas en cuanto se estrenan. Los cambios de programación de las cadenas de televisión, a veces repentinos y sin justificar, hacen muy difícil seguir una serie. Por suerte, las cadenas están empezando a reaccionar y ya algunas ofrecen sus principales series en versión ‘streaming’. La gente ha cambiado y ya no quiere sentarse frente al televisor a la espera de que pasen una serie, quiere abrir una página web y elegir lo que quiere ver cuando lo quiere ver”.

Foto Home: Wiki Simpsons

miércoles, 4 de julio de 2012

Agradecimiento

Nunca me detuve a pensarlo, pero hoy me detengo a hacerlo: quiero agradecer a todas las personas que se hacen seguidoras de este humilde (y últimamente descuidado) blog. 

Muchas veces visito blogs ajenos, pero cual vampiro de película extraigo la información que puedan brindarme esos sitios y huyo prestamente antes de que salga el sol. No me detengo a hacerme seguidora de ninguno, así que doblemente agradezco a los que, no conformes con ejercitar su masoquismo durante el rato en que leen mis insufribles artículos, encima se hacen seguidores. Aplauso, medalla y beso a todos ellos.

Residencial

En la Ciudad de Buenos Aires y en el Gran Buenos Aires (y me atrevería a decir que en toda la Argentina), sus habitantes tenemos un concepto de la palabra "residencial" que difiere en ciertos matices (que a veces se amplifican y forman diferencias grandes) con la palabra "residential", en inglés.

Para los argentinos, hablar de un barrio residencial implica que no sólo allí hay casas y hay una notable ausencia de comercios, y mucho más de edificios destinados a industrias, sino que también implica decir que en ese barrio, en el barrio residencial, las casas hacen que uno se caiga de espaldas por lo lindas, lujosas, caras y señoriales.

Cuando en inglés se emplea la palabra "residence" se hace alusión, lisa y llanamente, a la casa de alguien, sea ésta linda, fea, cara, barata, miserable o puro lujo. Por ejemplo, en las partidas de defunción se habla de "place of residence" del muerto, y allí, en "place of residence", no nos piden otra cosa que el último domicilio en que vivía el susodicho muerto.

En este caso, no hay tanto problema. Si lo traducimos literalmente, palabra por palabra, como "lugar de residencia", se entiende que se trata, en realidad, del domicilio. Aquí, el error es menor; se trata apenas de una cuestión de excesiva literalidad.

La cuestión viene cuando la palabra "residence" está inserta en una oración y se la traduce, sin pensarlo mucho, como "residencia". En el castellano argentino, una residencia es tremenda casa, mínimo con pileta, jardín, garage para cuatro autos, más habitaciones que ocupantes, perros varios con cara de enojados y qué se yo, mucama cama adentro. La palabra "residencia" tiene un matiz de lujo y comodidad que la palabra "residence", en inglés, no tiene, ya que alude a la sencilla voz "casa" (que, entre paréntesis, puede ser una casa o un departamento, un trailer, un caño de agua).

Como último apunte, cuando se trata de disposiciones municipales destinadas a regimentar qué se construye dónde (esas disposiciones que tan fácilmente se violan coimeando al funcionario indicado, dicho sea de paso), allí sí hay tres clasificaciones: la zona industrial o de equipamiento, la zona comercial y la zona residencial. En esta clasificación de los códigos edilicios parecen borrarse toda alcurnia y toda pobreza: bajo el rótulo de "residencial" se engloban los lugares donde solamente puede haber casas para que viva la gente; ni negocios, ni fábricas. 

El monopolio del inglés

Días pasados vi que en uno de los grupos de LinkedIn en los que estoy inscripta alguien planteaba una pregunta interesante. La pregunta decía: "¿Por qué cuando alguien dice la palabra 'traductor' todo el mundo da por sentado que es un traductor de inglés?", en clara alusión al patente hecho de que hay traductores de todos los idiomas (o por lo menos, de esos idiomas en los que hay traductores).

Es decir, lo que sagazmente planteaba el autor o autora de la pregunta es por qué se da por sentado que al hablar de un traductor o traductora, éste o ésta son automáticamente de inglés, y no se piensa tan automáticamente en que puede tratarse de un traductor/a de otro idioma.

No me metí en el debate porque estoy con mucho trabajo (motivo por el cual, además, estoy escribiendo poco para este blog; ya vendrán tiempos más relajados), pero la pregunta me hizo acordar a lo que me pasaba a mí cuando era alumna del Traductorado: iba a la librería de la planta baja de la Facultad para pedir que me hicieran fotocopias del material que el profesor de turno había dejado en la susodicha librería, y ¿cómo lo pedía yo? "¿Me darías la carpeta de Traductorado?". Y el muchacho a cargo de la librería me decía: "¿De qué idioma?". Y ahí caía yo en la cuenta de que, a partir de la palabra -que reflejaba lo que pensaba mi cabeza-, establecía una especie de monopolio tácito del idioma inglés. 

En esa librería había carpetas con material de varias materias y de varios traductorados: en la U.B.A. se cursan en forma presencial el de francés, el de italiano, el de portugués y el de alemán, además del de inglés. Pero no: cuando yo decía "traductorado", en mi cabeza estaba implícito que además estaba diciendo "de inglés", cuando en realidad, no lo estaba diciendo.

Uno de los pretextos (tal vez sea un motivo más que un pretexto) que puedo argumentar en mi defensa es que, en mis épocas de estudiante, yo estaba a los rajes todo el día, de acá para allá, y es posible que el estrés y el tener la cabeza en mil partes distintas me hicieran no pensar en que hay más idiomas, además del inglés, respecto del que puede uno ser traductor. Es un pretexto que puede parecer flojo, pero les aseguro que en su momento la locura por estudiar, aprobar, cumplir con los requisitos de cada materia y ¡lograr recibirme! no fue moco de pavo.

Otro motivo es ése a cuya manivela siempre le doy vueltas: pocos saben quiénes somos, pocos saben qué hacemos. No voy a abundar en este motivo: yo misma no encuentro tiempo -ni, a veces, los medios idóneos- para difundir qué hacemos los traductores; no quiero pedirles a los demás lo que yo misma no hago. Pero es claro que todo el mundo sabe qué hace un ingeniero, un abogado, un médico, un escribano. No todo el mundo tiene claro qué hace un traductor.

Sin embargo, la premisa inicial, la pregunta de esta participante de LinkedIn no deja de tener su interés: ¿por qué damos por sentado que un traductor lo es de idioma inglés? No sé los demás, pero me propongo, de ahora en más, implementar otra preguntita. Cuando alguien me diga: "Soy traductor/a", mi pregunta va a ser: "¿De qué idioma?". Creo que una gimnasia útil e interesante, apenas un granitito de arena para abrir la cabeza.