Esta historia
tiene varios personajes: una querida compañera de trabajo en Turner
Broadcasting, Alicia Pérez, una licenciada en letras con quien tomé
clases de corrección gramatical y de estilo (a la que llamaremos
"Silvia"), y una servidora.
Un día,
Alicia Pérez, en uso de la autoridad que le conferían sus funciones, me dijo:
"Luisa, usás demasiado el punto y coma, y según lo que vi en el curso de
corrector de estilo de la Fundación Litterae (de donde ella es egresada), no se
lo usa tanto". Y acto seguido me mostró un texto que yo había entregado y que
ella había corregido; en varias de esas correcciones había cambiado el punto y
coma por un punto y seguido.
Siempre me
resulta interesante escuchar distintos puntos de vista sobre la gramática, la
puntuación y el estilo porque de esa manera uno abre su mente y crece interior
y profesionalmente. Me quedé reflexionando sobre lo que me había dicho
Pérez y, como por entonces yo tomaba clases con la Lic. Silvia, aproveché
para plantearle la cuestión.
La Lic. Silvia,
luego de escuchar mi pregunta, reflexionó un segundo y me dijo: "Está
bien, puede ser que ya no se lo use tanto, pero no está prohibido por la
Academia; es decir que todavía está vigente y, si bien su uso es restringido,
puede seguir empleándoselo".
Parecerá una
tontería, pero esa simple frase me abrió toda una puerta a una forma de
reflexionar sobre algo tan simple como los signos de puntuación. Me pareció que
lo que había hecho la Lic. Silvia era aplicar el espíritu crítico a una
afirmación, "el punto y coma se usa muy poco", que, a fuerza de
subjetiva, tal vez brindaba una visión parcial de la cuestión (es decir, del
uso del punto y coma).
En la escuela
primaria y también en la secundaria me enseñaron el idioma castellano atado a
una serie de dogmas: "esto es así y no de otra forma"; "esto es
asá y de ninguna otra manera". Me resultó extraño, revolucionario, pero
finalmente liberador darme cuenta de que los distintos gramáticos tienen ideas
y posturas diferentes, sobre todo cuando hasta entonces yo misma creía que la
gramática castellana estaba formada por ciertas reglas casi pétreas.
Usar más o menos
el punto y coma me parece una sana cuestión de criterios, y en este punto me
acerco a lo que escribí en otro artículo de este blog, "¿Qué nos pasa a
los traductores?": me parece que el ejercer el espíritu crítico, alejarse
de los dogmatismos o apegarse a ellos por buenas razones es lo que le da vida a
nuestra profesión. Implica que el idioma también está vivo más allá de los
neologismos; está vivo desde otro lado. Y adicionalmente el espíritu crítico
nos ayuda, como dije en el artículo citado, a buscar el fundamento de por qué
hacemos lo que hacemos. El traductor Ricardo Chiesa, querido profesor mío,
siempre hablaba de elegir los equivalentes de las palabras y de fundamentar
esas elecciones en textos reconocidos (diccionarios, libros de texto, por
ejemplo). Nos hacía razonar. El uso más o menos extenso del punto y coma
también nos obliga a leer sus reglas de uso, a razonarlas, a aplicarlas y a
defenderlas. Todo un ejercicio para cuando tenemos que tomar decisiones más
arriesgadas no ya en una traducción, sino en nuestra vida.