Desde hace ya un tiempo se vienen viendo en la pantalla porteña
de la televisión por cable varias publicidades del sistema de enseñanza del
inglés llamado Open English, un sistema que, por lo que muestran los avisos, es
a través de Internet y con profesores nativos.
Es tal el énfasis que hace esta empresa en que "los
profesores son nativos" que llegan hasta a ridiculizar a los profesores no
nativos; es decir, los naturales de nuestros modestos países latinoamericanos
que no solamente tenemos el tupé de aprender el idioma del Gran País del Norte
(Estados Unidos) y de la Patria Pirata (el Reino Unido de Gran Bretaña [no te
pusiste nombre, Gorosito]), sino que tenemos la caradurez de querer enseñarlo a
nuestros compatriotas.
La primera reflexión que se me cruza por mi hueca cabeza cada
vez que veo uno de esos avisos es que en Buenos Aires (no hablaré del resto de
la Argentina porque no la conozco, y no hablo de lo que no conozco) hay
excelentes institutos de enseñanza del idioma inglés cuyos profesores no son
nativos. Esos excelentes institutos de enseñanza están poblados con profesores
que, a su vez, se graduaron en las excelentes casas de estudios que tenemos en
Buenos Aires. ¿Un solo ejemplo? El Instituto Superior del Profesorado Joaquín
V. González. ¿Otro ejemplo? El Instituto Superior de Enseñanza en Lenguas Vivas
Juan Ramón Fernández (el "Lenguas", para los amigos). Es decir, la
caricatura que presentan los avisos del sistema Open English, la profesora
Fulanita que estudió seis meses en Miami, distan años luz de lo que es la
realidad porteña, con lo cual podemos, en principio, quedarnos tranquilos de
que, si estudiamos como alumnos en un instituto de inglés mínimamente
reconocido, tendremos la garantía de aprender un buen inglés.
Pero hay otros motivos para quedarnos tranquilos si no apelamos
a la panacea, que en este caso viene a ser el profesor nativo: no sé si el
público lector lo habrá observado, pero cada vez más los textos con que se
enseña el idioma inglés –abrumadoramente británicos, muy pocos de ellos de
origen estadounidense– incorporan el inglés hablado por distintas nacionalidades:
te incluyen a un árabe hablando inglés, a un japonés hablando inglés, a un
noruego hablando inglés, a un alemán hablando inglés. Es decir, esta tontería
de que "el idioma te lo tiene que enseñar un nativo" queda derrotada
por el mismo centro de donde emana el negocio del inglés: los mismos británicos
te dicen: "Ojo, por si no te diste cuenta, que nuestro idioma lo habla
todo el mundo. Acá tenés distintos acentos que te podés encontrar cuando salgas
al mundo con tu flamante idioma inglés recién aprendido".
Pero adicionalmente hay más motivos para quedarse tranquilos: yo
trabajé unos tres años en un instituto de inglés, chiquito, modesto, del
copetudísimo barrio de Belgrano, y lo que saqué en limpio de mi experiencia en
ese instituto es que el servicio que presta el famoso y nunca tan bien ponderado
nativo es muy limitado: no solamente desaparecían un día sin dar explicaciones,
y por ende dejaban en banda sus cursos —con lo cual las profesoras no nativas
teníamos que sacarle a la directora las papas del fuego haciéndonos cargo de
los susodichos cursos abandonados por "el nativo"—, sino que dichos
nativos solían no tener conocimientos muy sólidos que digamos de la gramática
de su lengua madre. Sí, son geniales para conversar, le dan a la sin hueso
hasta por los codos; pero pediles que te enseñen cómo funcionan las oraciones
subordinadas y a más de uno de los que yo conocí se les quemaban los papeles.
Ya sé que los escasos treinta segundos de la publicidad
presentan sólo una versión y una visión esquemáticas de lo que es la enseñanza
del inglés; me atrevo a decir, también, que la visión y la versión que Open
English presenta de la enseñanza del inglés en países latinoamericanos es,
además, un tantín ofensiva del material humano e intelectual con que contamos
en la Argentina. Justamente por es esquematicidad me permito dejar constancia
aquí de que no todo es blanco y negro; la enseñanza por parte de nativos
garantiza muy poco, y si bien es necesario tener una pronunciación correcta del
inglés, el adquirir el acento del inglés es casi imposible. Habría que irse a
vivir a un país anglosajón y no volver a hablar castellano, puesto que, según
mi modesta teoría al respecto, habría que reeducar el posicionamiento de los
músculos fonatorios y utilizarlos como los utilizan los anglosajones.
¿Acostumbrarse a escuchar otros acentos? Eso sí es importante.
Pero ¿sabés qué? Hay tanta variedad en la televisión por cable (Film&Arts,
por ejemplo), que no te hace falta acudir a Open English; con mirar las series,
las películas y los programas que más te gustan ya tenés cubierto todo el
espectro de acentos, desde Australia hasta la Patria Pirata, pasando por los
cincuenta y tantos estados del Gran Ispa del Norte.