sábado, 28 de julio de 2012

La ¿panacea?


Desde hace ya un tiempo se vienen viendo en la pantalla porteña de la televisión por cable varias publicidades del sistema de enseñanza del inglés llamado Open English, un sistema que, por lo que muestran los avisos, es a través de Internet y con profesores nativos.

Es tal el énfasis que hace esta empresa en que "los profesores son nativos" que llegan hasta a ridiculizar a los profesores no nativos; es decir, los naturales de nuestros modestos países latinoamericanos que no solamente tenemos el tupé de aprender el idioma del Gran País del Norte (Estados Unidos) y de la Patria Pirata (el Reino Unido de Gran Bretaña [no te pusiste nombre, Gorosito]), sino que tenemos la caradurez de querer enseñarlo a nuestros compatriotas.

La primera reflexión que se me cruza por mi hueca cabeza cada vez que veo uno de esos avisos es que en Buenos Aires (no hablaré del resto de la Argentina porque no la conozco, y no hablo de lo que no conozco) hay excelentes institutos de enseñanza del idioma inglés cuyos profesores no son nativos. Esos excelentes institutos de enseñanza están poblados con profesores que, a su vez, se graduaron en las excelentes casas de estudios que tenemos en Buenos Aires. ¿Un solo ejemplo? El Instituto Superior del Profesorado Joaquín V. González. ¿Otro ejemplo? El Instituto Superior de Enseñanza en Lenguas Vivas Juan Ramón Fernández (el "Lenguas", para los amigos). Es decir, la caricatura que presentan los avisos del sistema Open English, la profesora Fulanita que estudió seis meses en Miami, distan años luz de lo que es la realidad porteña, con lo cual podemos, en principio, quedarnos tranquilos de que, si estudiamos como alumnos en un instituto de inglés mínimamente reconocido, tendremos la garantía de aprender un buen inglés.

Pero hay otros motivos para quedarnos tranquilos si no apelamos a la panacea, que en este caso viene a ser el profesor nativo: no sé si el público lector lo habrá observado, pero cada vez más los textos con que se enseña el idioma inglés –abrumadoramente británicos, muy pocos de ellos de origen estadounidense– incorporan el inglés hablado por distintas nacionalidades: te incluyen a un árabe hablando inglés, a un japonés hablando inglés, a un noruego hablando inglés, a un alemán hablando inglés. Es decir, esta tontería de que "el idioma te lo tiene que enseñar un nativo" queda derrotada por el mismo centro de donde emana el negocio del inglés: los mismos británicos te dicen: "Ojo, por si no te diste cuenta, que nuestro idioma lo habla todo el mundo. Acá tenés distintos acentos que te podés encontrar cuando salgas al mundo con tu flamante idioma inglés recién aprendido".

Pero adicionalmente hay más motivos para quedarse tranquilos: yo trabajé unos tres años en un instituto de inglés, chiquito, modesto, del copetudísimo barrio de Belgrano, y lo que saqué en limpio de mi experiencia en ese instituto es que el servicio que presta el famoso y nunca tan bien ponderado nativo es muy limitado: no solamente desaparecían un día sin dar explicaciones, y por ende dejaban en banda sus cursos —con lo cual las profesoras no nativas teníamos que sacarle a la directora las papas del fuego haciéndonos cargo de los susodichos cursos abandonados por "el nativo"—, sino que dichos nativos solían no tener conocimientos muy sólidos que digamos de la gramática de su lengua madre. Sí, son geniales para conversar, le dan a la sin hueso hasta por los codos; pero pediles que te enseñen cómo funcionan las oraciones subordinadas y a más de uno de los que yo conocí se les quemaban los papeles.

Ya sé que los escasos treinta segundos de la publicidad presentan sólo una versión y una visión esquemáticas de lo que es la enseñanza del inglés; me atrevo a decir, también, que la visión y la versión que Open English presenta de la enseñanza del inglés en países latinoamericanos es, además, un tantín ofensiva del material humano e intelectual con que contamos en la Argentina. Justamente por es esquematicidad me permito dejar constancia aquí de que no todo es blanco y negro; la enseñanza por parte de nativos garantiza muy poco, y si bien es necesario tener una pronunciación correcta del inglés, el adquirir el acento del inglés es casi imposible. Habría que irse a vivir a un país anglosajón y no volver a hablar castellano, puesto que, según mi modesta teoría al respecto, habría que reeducar el posicionamiento de los músculos fonatorios y utilizarlos como los utilizan los anglosajones. 

¿Acostumbrarse a escuchar otros acentos? Eso sí es importante. Pero ¿sabés qué? Hay tanta variedad en la televisión por cable (Film&Arts, por ejemplo), que no te hace falta acudir a Open English; con mirar las series, las películas y los programas que más te gustan ya tenés cubierto todo el espectro de acentos, desde Australia hasta la Patria Pirata, pasando por los cincuenta y tantos estados del Gran Ispa del Norte.