viernes, 1 de octubre de 2010

Ver la pelusa en el ojo ajeno y no el tablón en el propio

Días pasados recibí un correo electrónico en el cual el remitente me pregunta qué gano con señalar los errores que en cuanto a uso de idioma castellano se hace en los medios. Bien saben todos mis lectores que yo hago eso: tomo la revista del cable, por ejemplo, o programas de televisión, y hablo de lo mal que se emplea el castellano en esos medios.






Mi respuesta, estimado Adrián Chávez (así firma, al menos, este lector de este blog) es la siguiente: como sólo conozco a fondo el idioma inglés, además de mi materno castellano, sólo puedo opinar desde ambos puntos de vista (me gustaría conocer a fondo otros idiomas, pero sencillamente no tengo tiempo de estudiarlos). Y desde ese punto de vista observo que los que, al igual que yo, son usuarios de ambos idiomas, guardan un respeto casi reverencial por la pureza del inglés. No sucede lo mismo con su empleo del castellano, al que directamente vapulean como si se tratara de una cosa abyecta y como si hablar un correcto castellano fuera cosa de tilingos.






En la carrera de traductorado de la U.B.A. (la única que conozco porque jamás cursé ninguna otra carrera en ninguna otra universidad), yo he visto con mis propios ojos y he oído con mis propios oídos como ciertos profesores (titulares de cátedra, adjuntos y hasta ayudantes) han basureado a alumnos y a alumnas por pronunciar mal una palabra en inglés, o por colocarle mal un acento a una palabra en inglés, o por emplear una preposición errónea en una locución, o por emplear mal un phrasal verb.






Esos mismos profesores (insisto, algunos de ellos, titulares de cátedra) usaban el castellano de manera horrorosa: mal empleo de la puntuación, utilización incorrecta de ciertos grupos de afinidad, cuando no una pasmosa pobreza en cuanto al uso del vocabulario mismo. Ahora sí, el idioma inglés, el poderoso idioma inglés, lo hablaban muy bien y tenían bien clarita su gramática. Eso, para mi gusto, se llama colonialismo mental.






Me dirás que se trata de casos muy específicos; es decir, de una situación que se presenta entre profesores y estudiantes. Pues no, estimado Adrián Chávez: también sucede en los medios. Ya hablé de los cocineros que, habiendo viajado y vivido en países anglosajones, dejan de usar la partícula "se" en castellano para los verbos reflexivos y para los verbos pronominales. Entonces, por cuestiones de moda o porque piensan que el inglés es un idioma más práctico, de pronto las tortas no "se cocinan en 40 minutos", sino que "cocinan en 40 minutos". Las salsas no "se enfrían", sino que directamente "enfrían". La manteca dejó de "derretirse dentro de la preparación"; ahora, la manteca "derrite dentro de la preparación".






Dentro de una población como la de Capital Federal y alrededores, donde quizás no sea tanta la gente que no domina el inglés, podría decirse que es un fenómeno de poca importancia. Pero no: se produce la imitación. Imitar al cocinero prestigioso de la tele es sinónimo de "estar en la onda", de "ser de actualidad", de "hablar como los que (risas) saben". Entonces, el tipo que ni siquiera sabe decir "dog" empieza a hablar como el que equipara el castellano al inglés. Y a mí eso no me gusta y creo tener el derecho de manifestarme al respecto.






Es decir, hay quienes por estrechez mental, o por no dedicarle el mismo tiempo de estudio a su natal castellano que a su adquirido inglés, o por tilinguería lisa y llana (porque se adscriben a una supuesta "moda") están haciendo todo lo posible por borrar la frontera que existe desde hace mucho tiempo entre verbos transitivos y verbos reflexivos/pronominales. Es el mismo tipo de colonialismo mental del que hablé dos párrafos atrás: creer, por algún arcano motivo, que el inglés es superior al castellano, y que aquél merece más respeto y atención que éste.






Yo hablo (en este blog y donde lo considere pertinente) de lo mal que se habla en castellano en la Argentina porque es mi idioma materno y porque se merece el mismo respeto que el inglés (insisto, hablo de lo que sé; no sé qué sucede con otros idiomas). Entonces, si en la facultad me hicieron tragar hasta la última regla de uso de la gramática inglesa, quiero ofrecerle el mismo tiempo, la misma memoria y el mismo esfuerzo al idioma en el que me manejo todos los días.

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