Bueno, acá la tienen. Resulta que enero es, para mí, un mes muy aburrido. No, no es que no tenga trabajo. Trabajo, gracias a Dios, tengo; pero resulta que, como tengo muy pesadas las asentaderas, no me voy de vacaciones. Así que me quedo en Buenos Aires. Y Buenos Aires en enero es divina porque ¡está vacía, todo el mundo se fue de vacaciones!, pero por el mismo motivo es aburrida.
Para matar el aburrimiento, y para promover mi cruzada a favor de que los traductores hablemos pavadas y digamos pavadas (cruzada ésta propuesta en otro artículo de este mismísimo blog), les ofrezco imágenes de una servidora, despeinada, con piyama, comiendo el bizcochuelo que había preparado la tarde anterior, que incluía las consabidas nueces y pasas de uva que tanto el agradan a la susodicha lenguaraza.
Aquí la tenemos, mostrando una porción del bizcochuelo, más su tacita de leche fría, más la naranja cuya ralladura había utilizado la tarde anterior para el mencionado bizcochuelo.
Una mejor vista de la porción de bizcochuelo, y una mejor vista de los pelos despeinados de la traductora. Caramba, ¿y esta mujer está matriculada en el Colegio de Traductores Públicos de la Ciudad de Buenos Aires?
La mirada entre perversa y furiosa delata las aviesas intenciones de la traductora, que son...
¡morfarse el bizcochuelo! ¡Impresentable! ¡Escandaloso! ¿Está permitido algo así en Internet? Averiguaremos.