domingo, 26 de agosto de 2012

No digas "sí", di "oui"


El 12 de agosto pasado falleció mi colega y amiga Françoise Martins de Souza de Pérez Fernández, traductora de francés (su lengua materna) y de inglés. Fran transitaba ya su octava y muy activa década de vida.

Fran daba clases de francés en la Casa de la Cultura de Ramos Mejía y también en la Carrera de Turismo de la Universidad de Morón, su querida casa de estudios, donde había recibido ambos títulos. Y por supuesto, traducía y era muy querida y apreciada por sus clientes.

Françoise Jane Martins de Souza de Pérez Fernández, junto a una servidora, traduciendo, traduciendo, traduciendo, traduciendo...

Cuatro años atrás hicimos un trabajo juntas, en inglés y francés, para un muy buen cliente mío. Tuvo la amabilidad y la paciencia de venir a mi casa –yo me había mudado hacía poco-, y cuando habíamos terminado todo el bricolage del sellado, cosellado y firma de la enorme traducción que habíamos hecho, nos tomamos un tecito. Entre tantas cosas, me dijo: "Bebé, dentro de cinco años me jubilo y allí comienzo a estudiar la Licenciatura en Historia, en la Morón". Mi marido y yo nos quedamos maravillados: era fantástico ver a una mujer de esa edad con proyectos, como si hubiera tenido veinte años. Pensar que hay tantísima gente que a los sesenta o sesenta y cinco años piensa en colgar los botines. Ella no.

La conocí en el año 1991, cuando ella ya era una señora traductora (al igual que yo, había estudiado de grande y se había recibido de grande) y yo era una timorata estudiante del Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires. Tuvo también entonces la paciencia y la amabilidad de orientarme en la carrera de traducción, de confirmar ciertas teorías que yo tenía sobre la traducción y de corregirme otros tantos errores. Una de las primeras frases que me dijo fue: "El traductor tiene que ser una persona muy humilde porque siempre se aprende algo nuevo". Y sí, es una buena actitud la de tener la cabeza abierta a nuevas técnicas, a nuevos conocimientos, a poder decir: "A ver, este tema no lo conozco a fondo, pero veré si puedo no cerrarme a él y aprender algo nuevo".


Otro consejo que me dio, también al principio de nuestra amistad, fue que comprara todo tipo de diccionarios. Estoy hablando de la época en que Internet NO EXISTÍA (no se rían; no soy de la época de Juan Manuel de Rosas; antes de 1995 casi nadie tenía Internet en la Argentina). Me decía ella: "Si lo encuentras, cómprate hasta el Diccionario de la Poda del Malvón; porque una madrugada, a las tres de la mañana, en un texto que nada que ver puede aparecer un término referido a la poda del malvón, y allí tienes el diccionario, que puede salvarte".

También recuerdo ahora, a propósito del Diccionario de la Poda del Malvón, una anécdota que ella misma me contó y que le sucedió a ella. Ubico a los lectores: estamos hablando, insisto, de una época en que Internet NO EXISTÍA (lectores jóvenes: sí, esa época existió). Eran ya las doce de la noche, ella estaba traduciendo no sé qué texto, y en el medio de ese texto aparece una sigla, I.R.S. Sí, claro, hoy gugleamos la sigla y en dos segundos sabemos que se trata del Internal Revenue Service, la agencia recaudadora de impuestos de Estados Unidos. Bueno, ella no lo sabía, no sabía a qué se podía referir cada una de las letras de la sigla, no aparecía en ninguno de los diccionarios / glosarios que tenía, y vencida por el cansancio y la incertidumbre, decidió irse a dormir. Pensó que le diría al cliente que, bueno, no sabía de qué se trataba la sigla, qué le iba a hacer; era traductora, no súper-heroína.


Cuando llegó a su cama, resulta que se despabiló. Claro, tanta tensión, tanto trabajar, delante de la máquina de escribir (*) creés que tenés sueño y cuando llegás a la cama, los ojos parecen el dos de oro. Para ver si conciliaba el sueño, tomó una revista TV Guía y se puso a leer trivialidades. Una de las noticias en la que se posaron sus ojos hablaba de "Sylvester Stallone y sus problemas con el I.R.S., organismo equivalente a la D.G.I. (Dirección General Impositiva) argentina". ¡¡Eureka de los eurekas!! La TV Guía le había dado flor de mano para resolver el misterio de la sigla impenetrable. Desde ese día, Françoise guardó siempre un enorme respeto por esa revista.
 
Fran adoraba a todos los animales, pero tenía especial predilección por los gatos. Últimamente tenía uno solo, Romeo, un siamesito dulce y muy bien educado, y también se dedicaba a darle de comer en la puerta de su casa a las palomas de su cuadra. Pude ver un par de veces cómo, llegada las cinco de la tarde más o menos, las palomas, torcazas y gorrioncitos se agolpaban en el cable del teléfono que pasaba por la puerta de la casa. Cuando ella abría la puerta, llevando en la mano el balde con el alimento, bajaban todas en tropel y se ponían a comer lo que Fran distribuía en la vereda y en su propio jardín delantero.

Fran había traducido multitud de libros para diversas editoriales, y también había traducido obras de teatro. Era fascinante oírla hablar de lo mucho que conocía de artes, de arquitectura, de historia. Una de esas charlas, una de las últimas, la tuvimos en la confitería "Diva" del centro de Ramos Mejía (situada en la otra esquina de la Casa de la Cultura de Ramos Mejía), a la cual me citó no solamente porque yo le había encargado una traducción en francés y ella iba a entregármela, sino, según sus palabras, "porque el lemon pie de esa confitería es espectacular".

Sí, claro; el día que nos encontramos me manduqué flor de porción de lemon pie con un tecito de boldo, eso sí. La vez siguiente —en que también nos encontramos en la confitería Diva con motivo del sellado, cosellado y firma de otra traducción—, me manduqué una porción de torta, esta vez de Selva Negra, en conjunción con mi marido, que me había ido a acompañar a dicho evento. En esa ocasión, ella nos habló largo y tendido sobre la variedad de francés que se habla en Quebec. Tomá pa' fruta.

Una cosa es hablar de Françoise, y otra muy distinta es haber estado en su presencia y haber disfrutado de su personalidad. Todo tiene un final, todo termina, y lo mejor es que su final haya sido el final que marca una vida productiva, fructífera, exenta de rencores y, muy por el contrario, llena de generosidad para quienes fueron sus alumnos y para quienes todavía somos sus amigos.

(*) Sí, máquina de escribir. La computadora hogareña, en el momento en que dicha anécdota le aconteció a Fran, era un sueño lejano, un aparatejo que ocupaba todo un recinto en alguna universidad norteamericana.