lunes, 27 de febrero de 2012

Lúcidos y brillantes consejos sobre cómo ser traductor

En estos días en que no estuve escribiendo nada para éste, mi blog, estuve, sin embargo, trabajando (cuándo no) y leyendo otros blogs y los comentarios de algún grupo al que pertenezco a través de LinkedIn. Me gustaría volcar algunos comentarios al respecto, como siempre, en primera persona y desde mi opinión. Ruego a los lectores susceptibles que tomen sus precauciones (Lexotanil, por ejemplo) antes de proceder a la lectura de lo que sigue.

En algún blog español sobre traducción estuve leyendo un par de artículos sobre sugerencias acerca de la mercadotecnia que podría/debería hacer el traductor respecto de sus servicios profesionales. En dicho blog se recomendaba -seguramente porque al autor le dio resultado- asistir a congresos, seminarios, jornadas y otras reuniones de traductores con el objeto de "vincularse con colegas". Está muy bien, no es mala sugerencia, pero a mi modestísimo criterio creo que es una solución que, en cierta medida, se muerde la cola: si todos los traductores asistimos con el mismo propósito a esas reuniones, en realidad no vamos a encontrar muchas posibilidades laborales. 

A mí me parece -insisto, según mi modestísimo criterio- que la solución más efectiva consiste en ir directamente al cliente, a ése que necesita de nuestro servicio, y no esperar que otro colega nos dé trabajo. Confieso algo: estando yo recién recibida, trabajé mucho con encargos de traducción tercerizados por colegas mías de más trayectora -o mejor suerte para conseguir trabajos de traducción-, y si bien cobré todos los trabajos, en casi todos tuve que esperar durante plazos que francamente no eran de estilo para hacerme del dinero. Fue una experiencia muy desgastante, sobre todo porque en un par de casos me enteré de que la traductora que me derivaba el trabajo había cobrado y había empleado el dinero para sus deudas propias, en lugar de abonarme a mí lo que correspondía. Entonces, en lo personal, se trata de una experiencia que no deseo volver a tener: verme obligada a callarme la boca para no pelearme con una colega abusadora, o tener que emplazarla para que suelte los morlacos, con la consiguiente reacción de la colega abusadora: que se sienta tratada como una deudora morosa (que lo es).

Otro caso parecido es el de las agencias de traducción: personalmente, creo que las agencias de traducción no le hacen bien a nuestra profesión porque inflan indebidamente los precios del servicio que nosotros prestamos. En definitiva, contribuyen a crear la idea de que "los traductores son caros", cuando en realidad no es tan así: sí, es cierto, es un trabajo que tiene un cierto costo porque para ejercer dignamente la profesión hay que haber estudiado mucho y eso tiene su precio, pero además es un trabajo que tiene cierto costo porque ES UN TRABAJO ARTESANAL. Uno no coloca el texto en un extremo de la picadora de carne y por el otro extremo obtiene una traducción en cinco minutos. Se necesita, entre muchos otros factores que varían con la naturaleza de cada trabajo, tiempo, concentración y conocimientos para lograr una buena traducción.

Pero lo que quiero resaltar de estos puntos de vista sobre cómo ejercer la profesión es lo siguiente: la nuestra, muchachos, sigue siendo incluso hoy en día una profesión incomprendida. Nadie sabe bien qué hacemos ni cómo lo hacemos; nadie entiende muy bien por qué nuestros servicios cuestan un cierto dinero y no menos; nadie entiende muy bien por qué no tardamos menos tiempo en traducir lo que tenemos que traducir; nadie entiende muy bien por qué seguimos abriendo diccionarios cuando hay programas traductores que nos salvarían la vida. Entonces, yo creo que como obligación moral para con nuestra profesión, lo que cabría que hiciéramos -en la medida de nuestra valentía y de nuestras habilidades como vendedores de lo que hacemos- es dirigirnos directamente al cliente, contarle por qué necesita de nuestros servicios, contarle por qué es más conveniente que la traducción se la haga un profesional de la traducción y no la sobrinita que tiene aprobado cuarto año del Instituto Cultural Inglés de Mongo Aurelio. Lo que tenemos que hacer, muchachos, de acuerdo con mi modesto saber y entender, es aprovechar cada oportunidad que tengamos para hacernos conocer y para hacer conocer nuestra profesión.

Y creo que además hay que dar a conocer nuestra profesión con paciencia. Vi el otro día no sé bien en qué lista de LinkedIn una nota bastante graciosa que versaba sobre respuestas ácidas y hasta medio insolentonas que se le pueden dar al cliente cuando cuestiona el valor de nuestros servicios. Uno de los foristas dijo, con bastante acierto, que eran buenas respuestas si uno quería perder al cliente, y estoy de acuerdo con él. Al cliente, que es nuestro objetivo último (¡es el que tiene la guita y el que tiene la necesidad!), hay que tratarlo bien; sin pleitesías humillantes, claro, sin dejarse pisotear la cabeza, pero hay que convencerlo de la complejidad de nuestro trabajo y hay que mostrarle cuán valiosa le resulta una traducción bien hecha, donde se diga lo que se deba decir. Hay que mostrarle los perjuicios que le puede traer una traducción mal hecha, y para eso tenemos que apelar a todos nuestros conocimientos, no sólo de lingüística, teoría de la traducción, idiomas, gramática y etcéteras, sino que hay que amar lo suficiente esta profesión como para ser capaces de venderla, de venderla y de que los demás la compren.

En la medida en que nos quedemos callados no vamos a mostrarle a los demás en qué consiste nuestra profesión. Vamos a seguir siendo un misterio universal. En la medida en que sigamos participando SOLAMENTE de foros de traductores, no vamos a ser capaces de difundir nuestro quehacer. Si participamos SOLAMENTE de foros de traductores, de asociaciones de traductores, de jornadas de traducción, vamos a estar predicando entre los conversos. Probablemente esto de "venderse" como traductor no sea una tarea que todos se sientan en condiciones de acometer, es cierto; hay mucha gente a la que le falta inspiración, labia, lo que sea para venderse, o bien siente temor de enfrentarse al cliente, no sabe cómo negociar tarifas, no sabe qué decir de su profesión. Y está bien: no todos tenemos que tener las mismas habilidades, pero es una lástima esto de escudarse en una agencia, que con su intermediación lo único que hace -como todo intermediario- es meterse en nuestra profesión como meros obstáculos entre quien planta el traste en el asiento durante incontables horas y quien podría, por un precio menor al que cobra una agencia, pagar el trabajo con mucho más gusto.

Para terminar, estoy a favor, entonces, de enviar no sólo un currículum y una cartita que diga: "si necesita traducciones, llámeme", sino de enviar verdaderas propuestas comerciales. Insisto: es crítico, a esta altura de la velada, explicarle al potencial cliente por qué nuestra actuación profesional como traductores le evita montones de problemas. Y creo que eso es lo que los clientes también esperan de nosotros: que no seamos el profesional desvalido, que entra con la mirada baja y pidiendo permiso, sino que nos pongamos de una buena vez los pantalones largos y actuemos como verdaderos adultos. Nada más.