Ayer estábamos almorzando con mi marido mientras mirábamos la tele. El programa elegido era "Videos divertidos de Animal Planet" y en pantalla se veía un perrito subido a una especie de bandeja de plástico que flotaba en una bañera. En la misma bandeja había un patito... de goma, amarillito, bonito, con unos anteojitos negros que daban ganas de comérselo a besos (no sé ese patito, pero conozco muchos patitos de goma que al apretarlos hacen "¡cuá!", lo cual los hace mucho más simpáticos).
Pero claro, usuaria como soy del castellano neutro, no dije "patito de goma", que es lo habitual en Buenos Aires (y, me atrevería a decir, en toda la Argentina), sino que dije "patito de hule". Es decir, ya estoy contagiada y creo que no hay vacuna.
No sé si los porteños (y los argentinos en general) seguimos usando la palabra "hule". Yo la oía muchísimo en mi familia cuando era yo una infante, en las décadas del sesenta y del setenta, porque eran muy habituales en las familias como la mía, de clase media-media-requetemedia, que el mantel de la mesa fuera de hule, ese material plástico que se limpia con una pasada de trapo, que te evita tener que lavar el mantel de tela, que tiene un olor fuerte y característico (a hule) y que se solía vender con la marca Plavinil.
En realidad, no sé si los porteños seguimos usando manteles, por empezar. La cuestión es que para los porteños, los patitos que nos llevamos a la bañera para amenizar la sesión de higiene persona siempre fueron de goma, no de hule, porque el hule se relacionaba en nuestras cabezas con un plástico plano y antipático (por el olor y porque el calor del verano lo ponía pegajoso) que se colocaba bajo el plato de comida.
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