domingo, 20 de junio de 2010

Tips para mejorar el listening en inglés

¿Les puedo sugerir, a quienes gusten tomarlas, algunas técnicas para mejorar la capacidad de escuchar en inglés?

1) Comiencen con cintas de audio o de video adecuados a su nivel de inglés. No pretendan escuchar y entender la CNN o una película cuando tienen un nivel elemental de inglés.

2) Vayan avanzando de a poco; de lo contrario, la frustración hará de vosotros presa fácil. Si comenzaron con cintas de audio de libros de texto, sigan en orden progresivo de niveles, del mismo libro o de otro.

3) Escuchen una misma grabación muchas, pero muchas veces; no importa que se aburran; y si se saben el texto de memoria, ¡mucho mejor! Es el primer e importantísimo paso para retener frases y palabras, y poder reconocerlas, después, en otras grabaciones o material de audio.

4) No tengan timidez de valerse de las transcripciones que, normalmente, acompañan a estas grabaciones, y que suelen estar en el “teacher’s book”. Pero, claro, primero intenten escuchar la cinta y entenderla sin estar leyendo al mismo tiempo la desgrabación, y sin haberla leído antes.

5) Con respecto a lo anterior, las revistas tipo “Speak Up” o similares son muy buenas para ablandar los oídos medio duros. Suelen traer notas interesantes, las grabaciones son de un nivel aceptable a muy bueno, y a veces están muy baratas en algunas librerías de la avenida Corrientes.

6) Si ya lograron un cierto nivel y quieren aventurarse con la CNN o la BBC, les sugiero que no se “tiren” de lleno a escuchar, porque hablan rapidísimo y se van a sentir frustrados por no entender. Graben, con un cassette de video (ay, qué antigüedad), unos 15 minutos de algún noticiero o programa que les interese, y escuchen una y otra vez esos 15 minutos, como si fuera una cinta más de audio de un libro cualquiera de texto. Cuando sientan que lo entendieron, vuelvan a grabar otros 15 ó 20 minutos y repitan el proceso. Recién cuando se sientan seguros aventúrense a escuchar el noticiero completo. Y un detalle: si notan que el movimiento de los labios los distrae, escuchen solamente, desviando la mirada (parece una tontería, pero evitar la imagen potencia la “apertura” de las orejitas).

7) Creo que el último paso debería ser escuchar películas y canciones. Respecto de las películas: sigan los mismos pasos que en el punto anterior: escuchen de a tramos y, por favor, TAPEN, SIN EXCEPCIÓN, LOS SUBTÍTULOS. Se van a tentar, y los van a mirar, y así no vale. Elijan películas fáciles para comenzar: decídanse por un Tom Hanks y un Denzel Washington en “Filadelfia” (sobre todo, a los que, como a mí, les gusten las películas de juicios), pero eviten al Tom Hanks de “Salvando al soldado Ryan” porque, en medio de la batalla, habla a los gritos y no se entiende nada. También Anthony Hopkins es un regalo para los oídos, por ejemplo en “Lo que queda del día” y, por qué no, en la saga de Hannibal Lecter. Creo que, en una primera etapa, la clave está en elegir películas donde se hable un inglés estándar, en situaciones pausadas, donde los actores no se “pisen” entre ellos (como en las películas de Woody Allen). Eviten, para empezar, comedias donde los diálogos se sucedan muy rápido, o donde haya grupos étnicos muy radicalizados (que hablan muy entrecortado y, a veces, recurren a un argot incomprensible, como los raperos), o películas en cuyos diálogos se empleen vocabularios muy especializados: droga, apuestas, energía nuclear, aviones, etc.

Lo mismo vale para las canciones: no pretendan entender “Smoke on the Water” de entrada, con el ruido de una banda de rock completa. Comiencen con las baladas, con los temas lentos, y, ahí, sí, ayúdense con la letra, porque los instrumentos distraen y mucho.

El mito de las “clases divertidas”

Más de una vez me preguntaron si yo daba clases “divertidas”. En general, quienes lo preguntan son personas, de toda edad, que no tienen muchas ganas de aprender inglés pero que necesitan hacerlo por alguna cuestión apremiante: se lo exigen en el trabajo, tienen que levantar notas en la secundaria, lo necesitan como materia suplementaria en la facultad, tienen que viajar, etc., y, paralelamente, carecen de motivación. Ambas características, situación apremiante y carencia de motivación, suelen ser un cóctel fatal que deriva en la exigencia de que la clase sea “divertida”, lo cual tiende a “tapar” la falta de ganas de sentarse y estudiar.

Vamos a poner las cosas en su lugar: esto de las clases “divertidas” es un argumento al que echan mano muchos profesores e institutos para atraer clientes. Es decir, es marketing puro, y de educación, cero. La motivación del alumno es fundamental; es igual que intentar “llevar” a alguien a terapia. Si esa persona no siente la necesidad de ser ayudada, de poco valdrá la imposición.

Respecto del material, hay varias cosas para decir: quien haya visto algún texto de inglés de los años sesenta o setenta, se dará cuenta de que, en efecto, el abordaje es muy acartonado y parecen enseñar un inglés divorciado de las situaciones cotidianas en que puede utilizarse el idioma; además, las pocas ilustraciones que contenían no ayudan a que el alumno se acerque al texto con un mínimo de simpatía.

Los libros actuales representan un gran avance al respecto: agregaron fotos a todo color, ilustraciones lindas, fragmentos (a veces, adaptados) de notas periodísticas, crucigramas y acertijos. Es decir, hicieron de la experiencia de aprender inglés algo ameno, que es muy distinto a que sea “divertido”. Porque el concepto de “divertido” que tienen algunos alumnos parece implicar que el profesor deba ser una mezcla de Jerry Lewis con Georgina Barbarrosa, y hasta deba tener cualidades histriónicas y de comediante para complacer al alumno que está allí, sentado en el aula, en contra de su voluntad.

También fue interesante el avance que significó reforzar la enseñanza del inglés con textos reales, es decir, periódicos y revistas. Esto también hace a que la enseñanza y el aprendizaje sean amenos, ya que nos da la impresión constante de que, fuera de esos artículos que nos trae el profesor, vamos a poder abordar casi cualquier otra revista o periódico (dentro del nivel de cada uno, claro está). Los libros “viejos” nos limitaban a las lecturas que en ellos se encontraban, y uno sentía miedo de abordar un texto “real” porque nos daban la impresión de aprender un inglés circunscripto a un vocabulario reducido.

El aprendizaje de inglés a través de canciones

Ésta es otra cuestión urticante, y se deriva de los dos artículos anteriores. Esos alumnos que reclaman “aprender inglés con canciones” y que, además, argumentan que “van a aprender mejor con una canción, porque son divertidas” suelen ser alumnos de los niveles elemental e intermedio con poca motivación para hacer lo que hay que hacer, fatalmente, en esas etapas: sentarse y estudiar, y limitarse a escuchar las cintas con las que viene el libro de texto.

Como dije en el primer artículo, es altamente contraproducente sumergir al alumno en un material de nivel superior a aquel en que se encuentra, porque rápidamente sobreviene la frustración; y las canciones son, claramente, un material avanzado. Pero, claro, tentados por una forma “fácil”, una vía “rápida” para aprender inglés, ciertos alumnos reclaman este método, con resultados desastrosos: ni aprendieron inglés, ni entendieron la canción, y se aburrieron de escuchar sesenta mil veces la misma canción en su intento por entender, apenas, la primera frase.

Para finalizar estos tres artículos, entonces, una breve conclusión: cada etapa, cada material, tiene que darse a su tiempo. Hace falta tenerse mucha paciencia para aprender inglés, no porque sea un idioma difícil sino porque debemos replicar un proceso que fue natural en nuestra niñez (el de aprender nuestro idioma materno) cuando somos ya más grandes y tenemos inhibiciones para pronunciar, nos falta tiempo para sentarnos a estudiar y, a veces, ni siquiera nos alcanzan las ganas. Pero les aseguro que este proceso rinde muy buenos frutos; es un proceso, por momentos, de resultados imperceptibles; pero si nos situamos en, por ejemplo, noviembre de un cierto año y nos comparamos con cuánto inglés sabíamos en marzo de ese mismo año, veremos que la diferencia es alentadora y que vale la pena seguir adelante.

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