Hace un tiempo publiqué aquí un artículo sobre los errores en la traducción de títulos de canciones. Creo recordar que hablé, en ese artículo, de la canción "Maniac", perteneciente a la banda sonora de la película "Flashdance".
Otra canción donde el titulero metió la pata es "All by Myself", interpretada por Eric Carmen y también por Celine Dion -por lo menos, en las versiones que escucho yo en FM 102.3, Aspen-.
La traducción del título es, según quien la tradujo, "Todo por mí mismo". Sucede que la expresión "all by myself" o "by myself" solito tiene dos sentidos: 1) alone (solo, sin compañía); 2) without help. La traducción "todo por mí mismo" obedece a la segunda acepción, pero, claro, el titulero, traductor amateur y sin experiencia, no leyó algo que es CRUCIAL para todo traductor: el contexto; es decir, la marea de palabras en la que están insertas las tres palabras de marras, "all by myself".
El estribillo dice: "All by myself don't wanna be / all by myself any more". Es decir, el sentido correcto es el de la acepción 1): el susodicho muchacho no quiere seguir estando solo.
Una sugerencia de título -que llega muy tarde, ya lo sé- podría ser "En soledad", pero, bueno, margaritas a los chanchos.
Toda esta parrafada me da pie para hablar de lo siguiente: la totalidad del texto es fundamental para el traductor. Ése es uno de los factores por el cual traducir no es un trabajo rápido y, por lo tanto, es artesanal y, en tanto tal, no es barato. Hay que valorar cada palabra según las que la rodean. Hay que estar atento a qué quiso decir el autor para no decir otra cosa, distinta, en nuestra traducción. Hay que estar atento a los múltiples sentidos de una inocente palabrita. Estos son factores de los que sólo estamos alertados los profesionales de la traducción, y es por este motivo que resulta desalentador comprobar que quienes no tienen nuestra formación se dan el lujo de opinar sobre las traducciones y también de hacer traducciones, con lo cual bastardean nuestra profesión, nos arrebatan encargos de traducción y terminan no ya deformando el idioma -eso sería lo de menos-, sino deformando el sentido de todo un texto.
Señor, señora, señorita, niño, anciano, adulto: si usted se automedica en lugar de ir a visitar al médico, y bueno, hágalo, ¿qué quiere que le diga? Pero así como usted recurre al abogado para que le resuelva un entuerto jurídico, le ruego, le pido, le encarezco: cuando tenga que hacer una traducción, por chiquita que sea, ¡recurra a un buen traductor!
El blog de Luisa Fernanda Lassaque. Una mirada argentina sobre el idioma castellano, el idioma inglés, la traducción de una lengua a otra, la filosofía del lenguaje, el lenguaje de los medios y yerbas anexas
martes, 28 de febrero de 2012
lunes, 27 de febrero de 2012
Lúcidos y brillantes consejos sobre cómo ser traductor
En estos días en que no estuve escribiendo nada para éste, mi blog, estuve, sin embargo, trabajando (cuándo no) y leyendo otros blogs y los comentarios de algún grupo al que pertenezco a través de LinkedIn. Me gustaría volcar algunos comentarios al respecto, como siempre, en primera persona y desde mi opinión. Ruego a los lectores susceptibles que tomen sus precauciones (Lexotanil, por ejemplo) antes de proceder a la lectura de lo que sigue.
En algún blog español sobre traducción estuve leyendo un par de artículos sobre sugerencias acerca de la mercadotecnia que podría/debería hacer el traductor respecto de sus servicios profesionales. En dicho blog se recomendaba -seguramente porque al autor le dio resultado- asistir a congresos, seminarios, jornadas y otras reuniones de traductores con el objeto de "vincularse con colegas". Está muy bien, no es mala sugerencia, pero a mi modestísimo criterio creo que es una solución que, en cierta medida, se muerde la cola: si todos los traductores asistimos con el mismo propósito a esas reuniones, en realidad no vamos a encontrar muchas posibilidades laborales.
A mí me parece -insisto, según mi modestísimo criterio- que la solución más efectiva consiste en ir directamente al cliente, a ése que necesita de nuestro servicio, y no esperar que otro colega nos dé trabajo. Confieso algo: estando yo recién recibida, trabajé mucho con encargos de traducción tercerizados por colegas mías de más trayectora -o mejor suerte para conseguir trabajos de traducción-, y si bien cobré todos los trabajos, en casi todos tuve que esperar durante plazos que francamente no eran de estilo para hacerme del dinero. Fue una experiencia muy desgastante, sobre todo porque en un par de casos me enteré de que la traductora que me derivaba el trabajo había cobrado y había empleado el dinero para sus deudas propias, en lugar de abonarme a mí lo que correspondía. Entonces, en lo personal, se trata de una experiencia que no deseo volver a tener: verme obligada a callarme la boca para no pelearme con una colega abusadora, o tener que emplazarla para que suelte los morlacos, con la consiguiente reacción de la colega abusadora: que se sienta tratada como una deudora morosa (que lo es).
Otro caso parecido es el de las agencias de traducción: personalmente, creo que las agencias de traducción no le hacen bien a nuestra profesión porque inflan indebidamente los precios del servicio que nosotros prestamos. En definitiva, contribuyen a crear la idea de que "los traductores son caros", cuando en realidad no es tan así: sí, es cierto, es un trabajo que tiene un cierto costo porque para ejercer dignamente la profesión hay que haber estudiado mucho y eso tiene su precio, pero además es un trabajo que tiene cierto costo porque ES UN TRABAJO ARTESANAL. Uno no coloca el texto en un extremo de la picadora de carne y por el otro extremo obtiene una traducción en cinco minutos. Se necesita, entre muchos otros factores que varían con la naturaleza de cada trabajo, tiempo, concentración y conocimientos para lograr una buena traducción.
Pero lo que quiero resaltar de estos puntos de vista sobre cómo ejercer la profesión es lo siguiente: la nuestra, muchachos, sigue siendo incluso hoy en día una profesión incomprendida. Nadie sabe bien qué hacemos ni cómo lo hacemos; nadie entiende muy bien por qué nuestros servicios cuestan un cierto dinero y no menos; nadie entiende muy bien por qué no tardamos menos tiempo en traducir lo que tenemos que traducir; nadie entiende muy bien por qué seguimos abriendo diccionarios cuando hay programas traductores que nos salvarían la vida. Entonces, yo creo que como obligación moral para con nuestra profesión, lo que cabría que hiciéramos -en la medida de nuestra valentía y de nuestras habilidades como vendedores de lo que hacemos- es dirigirnos directamente al cliente, contarle por qué necesita de nuestros servicios, contarle por qué es más conveniente que la traducción se la haga un profesional de la traducción y no la sobrinita que tiene aprobado cuarto año del Instituto Cultural Inglés de Mongo Aurelio. Lo que tenemos que hacer, muchachos, de acuerdo con mi modesto saber y entender, es aprovechar cada oportunidad que tengamos para hacernos conocer y para hacer conocer nuestra profesión.
Y creo que además hay que dar a conocer nuestra profesión con paciencia. Vi el otro día no sé bien en qué lista de LinkedIn una nota bastante graciosa que versaba sobre respuestas ácidas y hasta medio insolentonas que se le pueden dar al cliente cuando cuestiona el valor de nuestros servicios. Uno de los foristas dijo, con bastante acierto, que eran buenas respuestas si uno quería perder al cliente, y estoy de acuerdo con él. Al cliente, que es nuestro objetivo último (¡es el que tiene la guita y el que tiene la necesidad!), hay que tratarlo bien; sin pleitesías humillantes, claro, sin dejarse pisotear la cabeza, pero hay que convencerlo de la complejidad de nuestro trabajo y hay que mostrarle cuán valiosa le resulta una traducción bien hecha, donde se diga lo que se deba decir. Hay que mostrarle los perjuicios que le puede traer una traducción mal hecha, y para eso tenemos que apelar a todos nuestros conocimientos, no sólo de lingüística, teoría de la traducción, idiomas, gramática y etcéteras, sino que hay que amar lo suficiente esta profesión como para ser capaces de venderla, de venderla y de que los demás la compren.
En la medida en que nos quedemos callados no vamos a mostrarle a los demás en qué consiste nuestra profesión. Vamos a seguir siendo un misterio universal. En la medida en que sigamos participando SOLAMENTE de foros de traductores, no vamos a ser capaces de difundir nuestro quehacer. Si participamos SOLAMENTE de foros de traductores, de asociaciones de traductores, de jornadas de traducción, vamos a estar predicando entre los conversos. Probablemente esto de "venderse" como traductor no sea una tarea que todos se sientan en condiciones de acometer, es cierto; hay mucha gente a la que le falta inspiración, labia, lo que sea para venderse, o bien siente temor de enfrentarse al cliente, no sabe cómo negociar tarifas, no sabe qué decir de su profesión. Y está bien: no todos tenemos que tener las mismas habilidades, pero es una lástima esto de escudarse en una agencia, que con su intermediación lo único que hace -como todo intermediario- es meterse en nuestra profesión como meros obstáculos entre quien planta el traste en el asiento durante incontables horas y quien podría, por un precio menor al que cobra una agencia, pagar el trabajo con mucho más gusto.
Para terminar, estoy a favor, entonces, de enviar no sólo un currículum y una cartita que diga: "si necesita traducciones, llámeme", sino de enviar verdaderas propuestas comerciales. Insisto: es crítico, a esta altura de la velada, explicarle al potencial cliente por qué nuestra actuación profesional como traductores le evita montones de problemas. Y creo que eso es lo que los clientes también esperan de nosotros: que no seamos el profesional desvalido, que entra con la mirada baja y pidiendo permiso, sino que nos pongamos de una buena vez los pantalones largos y actuemos como verdaderos adultos. Nada más.
En algún blog español sobre traducción estuve leyendo un par de artículos sobre sugerencias acerca de la mercadotecnia que podría/debería hacer el traductor respecto de sus servicios profesionales. En dicho blog se recomendaba -seguramente porque al autor le dio resultado- asistir a congresos, seminarios, jornadas y otras reuniones de traductores con el objeto de "vincularse con colegas". Está muy bien, no es mala sugerencia, pero a mi modestísimo criterio creo que es una solución que, en cierta medida, se muerde la cola: si todos los traductores asistimos con el mismo propósito a esas reuniones, en realidad no vamos a encontrar muchas posibilidades laborales.
A mí me parece -insisto, según mi modestísimo criterio- que la solución más efectiva consiste en ir directamente al cliente, a ése que necesita de nuestro servicio, y no esperar que otro colega nos dé trabajo. Confieso algo: estando yo recién recibida, trabajé mucho con encargos de traducción tercerizados por colegas mías de más trayectora -o mejor suerte para conseguir trabajos de traducción-, y si bien cobré todos los trabajos, en casi todos tuve que esperar durante plazos que francamente no eran de estilo para hacerme del dinero. Fue una experiencia muy desgastante, sobre todo porque en un par de casos me enteré de que la traductora que me derivaba el trabajo había cobrado y había empleado el dinero para sus deudas propias, en lugar de abonarme a mí lo que correspondía. Entonces, en lo personal, se trata de una experiencia que no deseo volver a tener: verme obligada a callarme la boca para no pelearme con una colega abusadora, o tener que emplazarla para que suelte los morlacos, con la consiguiente reacción de la colega abusadora: que se sienta tratada como una deudora morosa (que lo es).
Otro caso parecido es el de las agencias de traducción: personalmente, creo que las agencias de traducción no le hacen bien a nuestra profesión porque inflan indebidamente los precios del servicio que nosotros prestamos. En definitiva, contribuyen a crear la idea de que "los traductores son caros", cuando en realidad no es tan así: sí, es cierto, es un trabajo que tiene un cierto costo porque para ejercer dignamente la profesión hay que haber estudiado mucho y eso tiene su precio, pero además es un trabajo que tiene cierto costo porque ES UN TRABAJO ARTESANAL. Uno no coloca el texto en un extremo de la picadora de carne y por el otro extremo obtiene una traducción en cinco minutos. Se necesita, entre muchos otros factores que varían con la naturaleza de cada trabajo, tiempo, concentración y conocimientos para lograr una buena traducción.
Pero lo que quiero resaltar de estos puntos de vista sobre cómo ejercer la profesión es lo siguiente: la nuestra, muchachos, sigue siendo incluso hoy en día una profesión incomprendida. Nadie sabe bien qué hacemos ni cómo lo hacemos; nadie entiende muy bien por qué nuestros servicios cuestan un cierto dinero y no menos; nadie entiende muy bien por qué no tardamos menos tiempo en traducir lo que tenemos que traducir; nadie entiende muy bien por qué seguimos abriendo diccionarios cuando hay programas traductores que nos salvarían la vida. Entonces, yo creo que como obligación moral para con nuestra profesión, lo que cabría que hiciéramos -en la medida de nuestra valentía y de nuestras habilidades como vendedores de lo que hacemos- es dirigirnos directamente al cliente, contarle por qué necesita de nuestros servicios, contarle por qué es más conveniente que la traducción se la haga un profesional de la traducción y no la sobrinita que tiene aprobado cuarto año del Instituto Cultural Inglés de Mongo Aurelio. Lo que tenemos que hacer, muchachos, de acuerdo con mi modesto saber y entender, es aprovechar cada oportunidad que tengamos para hacernos conocer y para hacer conocer nuestra profesión.
Y creo que además hay que dar a conocer nuestra profesión con paciencia. Vi el otro día no sé bien en qué lista de LinkedIn una nota bastante graciosa que versaba sobre respuestas ácidas y hasta medio insolentonas que se le pueden dar al cliente cuando cuestiona el valor de nuestros servicios. Uno de los foristas dijo, con bastante acierto, que eran buenas respuestas si uno quería perder al cliente, y estoy de acuerdo con él. Al cliente, que es nuestro objetivo último (¡es el que tiene la guita y el que tiene la necesidad!), hay que tratarlo bien; sin pleitesías humillantes, claro, sin dejarse pisotear la cabeza, pero hay que convencerlo de la complejidad de nuestro trabajo y hay que mostrarle cuán valiosa le resulta una traducción bien hecha, donde se diga lo que se deba decir. Hay que mostrarle los perjuicios que le puede traer una traducción mal hecha, y para eso tenemos que apelar a todos nuestros conocimientos, no sólo de lingüística, teoría de la traducción, idiomas, gramática y etcéteras, sino que hay que amar lo suficiente esta profesión como para ser capaces de venderla, de venderla y de que los demás la compren.
En la medida en que nos quedemos callados no vamos a mostrarle a los demás en qué consiste nuestra profesión. Vamos a seguir siendo un misterio universal. En la medida en que sigamos participando SOLAMENTE de foros de traductores, no vamos a ser capaces de difundir nuestro quehacer. Si participamos SOLAMENTE de foros de traductores, de asociaciones de traductores, de jornadas de traducción, vamos a estar predicando entre los conversos. Probablemente esto de "venderse" como traductor no sea una tarea que todos se sientan en condiciones de acometer, es cierto; hay mucha gente a la que le falta inspiración, labia, lo que sea para venderse, o bien siente temor de enfrentarse al cliente, no sabe cómo negociar tarifas, no sabe qué decir de su profesión. Y está bien: no todos tenemos que tener las mismas habilidades, pero es una lástima esto de escudarse en una agencia, que con su intermediación lo único que hace -como todo intermediario- es meterse en nuestra profesión como meros obstáculos entre quien planta el traste en el asiento durante incontables horas y quien podría, por un precio menor al que cobra una agencia, pagar el trabajo con mucho más gusto.
Para terminar, estoy a favor, entonces, de enviar no sólo un currículum y una cartita que diga: "si necesita traducciones, llámeme", sino de enviar verdaderas propuestas comerciales. Insisto: es crítico, a esta altura de la velada, explicarle al potencial cliente por qué nuestra actuación profesional como traductores le evita montones de problemas. Y creo que eso es lo que los clientes también esperan de nosotros: que no seamos el profesional desvalido, que entra con la mirada baja y pidiendo permiso, sino que nos pongamos de una buena vez los pantalones largos y actuemos como verdaderos adultos. Nada más.
jueves, 9 de febrero de 2012
Santo (II)
El otro día dejé colgado el artículo titulado "Santo" porque me fui a comer. Y después tuve que trabajar como loca, así que quedó colgado.
En castellano, los adjetivos pueden tener dos posiciones respecto del sustantivo: pueden estar antepuestos (antes del sustantivo) o pospuestos (colocados después del sustantivo).
La posición más común de los adjetivos calificativos respecto del sustantivo es a continuación de éste; es decir, pospuestos. ¿Cuál es la excepción a esta regla? 1) Cuando el adjetivo indica una característica intrínseca del sustantivo. El ejemplo típico que suele darse es "blanca nieve" o "verde césped". Pero también hay otros ejemplos en los que no advertimos que éste sería el orden que deberíamos utilizar: se suelen oír frases del siguiente estilo:
"Me miró con sus ojos verdes, como suplicándome...".
Y al poner "ojos verdes" se da la impresión de que la persona tiene, además de un par de ojos verdes, otro par de ojos de otro color. O sea, es una especie de monstruo con varios pares de ojos, o al menos dos.
Claro, lo que sucede es que decir en el habla cotidiana "verdes ojos" suena demasiado literario, y lo más probable es que si llegamos a decir "verdes ojos" (o fórmula parecida) en el bar de la esquina, cuando estamos jugando al truco con los chochamus, nos tiren una zapatilla por la cabeza.
La otra excepción, la número 2), es la que utilizamos cuando queremos agregar expresividad o emotividad a la combinación adjetivo + sustantivo. Por ejemplo: "es una excelente persona". Con decir "es una persona excelente" ya estamos hechos; pero al anteponer el adjetivo, otorgo énfasis y expresividad a la frase completa.
Hay otro tipo de adjetivos (dentro de los muchos tipos que existen; sugiero ver la clasificación completa en libros especializados): los relacionales. No son adjetivos que califiquen a un sustantivo, sino que se trata de adjetivos que relacionan un sustantivo con un determinado campo. Por ejemplo: "asuntos financieros". "Financieros" es un adjetivo relacional, puesto que relaciona los asuntos con un cierto campo, el de las finanzas. Y este tipo de adjetivos nunca va antepuesto. No es correcto en castellano hablar de "financieros asuntos".
Y para terminar: lo de "santo remedio" y "palabra santa", más que poder ser analizados desde el punto de vista de la posición ocupada por el adjetivo "santo/a" hay que considerar que son frases hechas. Nacieron así y siguen siendo así. Vox populi, Vox Dei.
En castellano, los adjetivos pueden tener dos posiciones respecto del sustantivo: pueden estar antepuestos (antes del sustantivo) o pospuestos (colocados después del sustantivo).
La posición más común de los adjetivos calificativos respecto del sustantivo es a continuación de éste; es decir, pospuestos. ¿Cuál es la excepción a esta regla? 1) Cuando el adjetivo indica una característica intrínseca del sustantivo. El ejemplo típico que suele darse es "blanca nieve" o "verde césped". Pero también hay otros ejemplos en los que no advertimos que éste sería el orden que deberíamos utilizar: se suelen oír frases del siguiente estilo:
"Me miró con sus ojos verdes, como suplicándome...".
Y al poner "ojos verdes" se da la impresión de que la persona tiene, además de un par de ojos verdes, otro par de ojos de otro color. O sea, es una especie de monstruo con varios pares de ojos, o al menos dos.
Claro, lo que sucede es que decir en el habla cotidiana "verdes ojos" suena demasiado literario, y lo más probable es que si llegamos a decir "verdes ojos" (o fórmula parecida) en el bar de la esquina, cuando estamos jugando al truco con los chochamus, nos tiren una zapatilla por la cabeza.
La otra excepción, la número 2), es la que utilizamos cuando queremos agregar expresividad o emotividad a la combinación adjetivo + sustantivo. Por ejemplo: "es una excelente persona". Con decir "es una persona excelente" ya estamos hechos; pero al anteponer el adjetivo, otorgo énfasis y expresividad a la frase completa.
Hay otro tipo de adjetivos (dentro de los muchos tipos que existen; sugiero ver la clasificación completa en libros especializados): los relacionales. No son adjetivos que califiquen a un sustantivo, sino que se trata de adjetivos que relacionan un sustantivo con un determinado campo. Por ejemplo: "asuntos financieros". "Financieros" es un adjetivo relacional, puesto que relaciona los asuntos con un cierto campo, el de las finanzas. Y este tipo de adjetivos nunca va antepuesto. No es correcto en castellano hablar de "financieros asuntos".
Y para terminar: lo de "santo remedio" y "palabra santa", más que poder ser analizados desde el punto de vista de la posición ocupada por el adjetivo "santo/a" hay que considerar que son frases hechas. Nacieron así y siguen siendo así. Vox populi, Vox Dei.
lunes, 6 de febrero de 2012
El enojo del traductor
Participo de algunos grupos de la red LinkedIn. En uno de ellos -ya no recuerdo en cuál, y poco importa aquí-, la pregunta que alguien había formulado era "¿Por qué a los traductores les molesta tanto que los corrijan?".
Me detuve a ver algunas de las muchas respuestas que provocó una pregunta tan urticante. Los argumentos eran diversos y no voy a exponerlos aquí; aquí prefiero exponer mi punto de vista, que no volqué en dicho grupo porque, por empezar, la pregunta era demasiado vaga.
Yo me preguntaría: "¿Respecto de qué tipo de cuestiones les molesta a los traductores ser corregidos?". Puede tratarse de cuestiones de fondo (la verdad ideológica de lo que se está diciendo en el texto meta) o puede tratarse de cuestiones de forma (alguna cuestión de puntuación, de gramática, de ortografía o similares). Para dar una respuesta más acabada, habría que especificar un caso dado y responderse uno mismo por qué se enojó o se molestó en dicha circunstancia.
Voy a recordar mental y privadamente algún caso personal -describir alguna de las anécdotas de las que fui protagonista sería muy largo y con mucha mala onda; evitemos ese tipo de cosas-, y les digo lo siguiente: me molestó en cierta ocasión que me corrigieran un escrito jurídico extensísimo porque la traductora que coordinaba el trabajo "había omitido" pasarme el glosario que el cliente exigía. Entonces, tuve que trabajar dos veces por el mismo (bajo) precio: una vez, haciendo la traducción misma, y la segunda vez, corrigiendo errores que pudieron haberse evitado de entrada.
En otra ocasión no me molestó que me corrigieran; me molestó que el corrector me dijera "vos te equivocás mucho". ¡Por supuesto que me equivoco, no sé si mucho o poco! Trabajo sola; no tengo una asistente que oficie de par de ojos (y, por qué no, cerebro) adicional para que vaya revisando mientras yo traduzco; y además cada oración implica 1) entender el significado en la lengua de partida; 2) volcarla de una manera gramatical a la lengua meta; 3) verificar el significado de palabras que puedan generar dudas; 4) verificar concordancias de género y de número; 5) verificar que no se produzcan incongruencias entre las distintas partes de la oración; 6) hacer que esa oración tenga el registro adecuado según el texto; 7) verificar que esa oración sea congruente con la anterior y con la siguiente. Hermano, si pretendés que en el fárrago de estas siete operaciones -que el traductor hace de manera más o menos simultánea- yo, trabajando en la soledad de mi casa, no me equivoque, no sé, ¿qué pretendés? ¿Que yo sea Dios? Imposible.
El secreto que tenía ese corrector de estilo era que no leía lo que yo entregaba. Por lo menos, no lo leía a fondo. Entonces, los errores los cometía él, no yo. Pero, bueno, cada uno sabe qué calidad de trabajo tiene que hacer durante el día para dormir sin remordimientos a la noche.
A manera de redondeo, y además de lo que acabo de decir, lo que me parece es que:
1) la traducción es un trabajo artesanal y solitario. Uno se equivoca porque no hay un par de ojos que lo ayuden, y por otro lado, lo artesanal hace que ese trabajo de traducción sea único. Así como es inconcebible que un artista o artesano manosee el cuadro o la escultura de otro (no hablo de restauradores, sino de artistas colegas), en ciertas ocasiones, para ciertos trabajos, es difícil entender que otro traductor venga y nos critique el trabajo;
2) el trabajo y el esfuerzo que llevan hacer una buena traducción hace que uno quede tan exhausto y, a la vez, tan orgulloso de su trabajo (yo, por lo menos, no entrego hasta sentirme bien con la traducción realizada), que ciertas correcciones le suenan a uno como que "me pincharon el globito";
3) en cuanto a gramática, ortografía, puntuación y registro, todo buen traductor es un constante alumno en estas cuestiones; entonces, da bronca que otro se ponga en sabelotodo y se ponga a señalar errores o, peor aún, presuntos errores; y hablo de "presuntos errores" porque dentro de ciertos límites la gramática es flexible. Véase, como muestra, la cuestión del participio: con verbos que no sean el verbo "haber", ¿forman una frase verbal, o no la forman y el participio forma parte de una construcción verboidal de participio? Es un tema -insisto, por nombrar uno solo- en el que ni siquiera los gramáticos están de acuerdo;
4) y para terminar, también tiene que ver la buena o mala leche con que te señalan los errores. Si después de que uno laburó como un condenado, viene alguien con mala leche o conocimientos muy inferiores a los de uno, y sí, la verdad es que da bronca. Uno no es de acero inoxidable y tiene su amor propio.
Me detuve a ver algunas de las muchas respuestas que provocó una pregunta tan urticante. Los argumentos eran diversos y no voy a exponerlos aquí; aquí prefiero exponer mi punto de vista, que no volqué en dicho grupo porque, por empezar, la pregunta era demasiado vaga.
Yo me preguntaría: "¿Respecto de qué tipo de cuestiones les molesta a los traductores ser corregidos?". Puede tratarse de cuestiones de fondo (la verdad ideológica de lo que se está diciendo en el texto meta) o puede tratarse de cuestiones de forma (alguna cuestión de puntuación, de gramática, de ortografía o similares). Para dar una respuesta más acabada, habría que especificar un caso dado y responderse uno mismo por qué se enojó o se molestó en dicha circunstancia.
Voy a recordar mental y privadamente algún caso personal -describir alguna de las anécdotas de las que fui protagonista sería muy largo y con mucha mala onda; evitemos ese tipo de cosas-, y les digo lo siguiente: me molestó en cierta ocasión que me corrigieran un escrito jurídico extensísimo porque la traductora que coordinaba el trabajo "había omitido" pasarme el glosario que el cliente exigía. Entonces, tuve que trabajar dos veces por el mismo (bajo) precio: una vez, haciendo la traducción misma, y la segunda vez, corrigiendo errores que pudieron haberse evitado de entrada.
En otra ocasión no me molestó que me corrigieran; me molestó que el corrector me dijera "vos te equivocás mucho". ¡Por supuesto que me equivoco, no sé si mucho o poco! Trabajo sola; no tengo una asistente que oficie de par de ojos (y, por qué no, cerebro) adicional para que vaya revisando mientras yo traduzco; y además cada oración implica 1) entender el significado en la lengua de partida; 2) volcarla de una manera gramatical a la lengua meta; 3) verificar el significado de palabras que puedan generar dudas; 4) verificar concordancias de género y de número; 5) verificar que no se produzcan incongruencias entre las distintas partes de la oración; 6) hacer que esa oración tenga el registro adecuado según el texto; 7) verificar que esa oración sea congruente con la anterior y con la siguiente. Hermano, si pretendés que en el fárrago de estas siete operaciones -que el traductor hace de manera más o menos simultánea- yo, trabajando en la soledad de mi casa, no me equivoque, no sé, ¿qué pretendés? ¿Que yo sea Dios? Imposible.
El secreto que tenía ese corrector de estilo era que no leía lo que yo entregaba. Por lo menos, no lo leía a fondo. Entonces, los errores los cometía él, no yo. Pero, bueno, cada uno sabe qué calidad de trabajo tiene que hacer durante el día para dormir sin remordimientos a la noche.
A manera de redondeo, y además de lo que acabo de decir, lo que me parece es que:
1) la traducción es un trabajo artesanal y solitario. Uno se equivoca porque no hay un par de ojos que lo ayuden, y por otro lado, lo artesanal hace que ese trabajo de traducción sea único. Así como es inconcebible que un artista o artesano manosee el cuadro o la escultura de otro (no hablo de restauradores, sino de artistas colegas), en ciertas ocasiones, para ciertos trabajos, es difícil entender que otro traductor venga y nos critique el trabajo;
2) el trabajo y el esfuerzo que llevan hacer una buena traducción hace que uno quede tan exhausto y, a la vez, tan orgulloso de su trabajo (yo, por lo menos, no entrego hasta sentirme bien con la traducción realizada), que ciertas correcciones le suenan a uno como que "me pincharon el globito";
3) en cuanto a gramática, ortografía, puntuación y registro, todo buen traductor es un constante alumno en estas cuestiones; entonces, da bronca que otro se ponga en sabelotodo y se ponga a señalar errores o, peor aún, presuntos errores; y hablo de "presuntos errores" porque dentro de ciertos límites la gramática es flexible. Véase, como muestra, la cuestión del participio: con verbos que no sean el verbo "haber", ¿forman una frase verbal, o no la forman y el participio forma parte de una construcción verboidal de participio? Es un tema -insisto, por nombrar uno solo- en el que ni siquiera los gramáticos están de acuerdo;
4) y para terminar, también tiene que ver la buena o mala leche con que te señalan los errores. Si después de que uno laburó como un condenado, viene alguien con mala leche o conocimientos muy inferiores a los de uno, y sí, la verdad es que da bronca. Uno no es de acero inoxidable y tiene su amor propio.
viernes, 3 de febrero de 2012
Santo
En el castellano de la Argentina decimos "santo remedio", pero también decimos "palabra santa".
Adjetivos antepuestos y pospuestos... Ajá.
Staggering terms
Más de una vez, en la traducción de algún documento llamado "articles of incorporation" (correspondientes al derecho societario anglosajón), vi la frase "staggered terms" o "staggering terms".
Una definición breve y eficaz de "staggered terms" es la siguiente: "staggered terms: the scheduling of terms of office so that all members of a body are not selected at the same time".
Se suele aplicar esta frase al Board of Directors, lo que en castellano de la Argentina es el directorio de las sociedades anónimas.
En la Argentina tenemos algo muy parecido en la Cámara de Diputados y también en la de Senadores: se trata de la llamada "renovación por mitades cada dos años (o cada bienio)", en el caso de los diputados, y en el caso de los senadores "renovación por tercios cada trienio".
Sí, ya sé qué me van a decir: que en el caso de "staggered (o "staggering") terms" estamos hablando de derecho societario, y que en el caso de "renovación por mitades/tercios (cada equis años)" estamos hablando de derecho constitucional. No importa. En este caso, la supuesta "interferencia" entre un campo del derecho y otro no afecta a la validez del uso que hagamos de ambas denominaciones como equivalentes mutuos.
Y otra cosa interesante que me parece válido marcar es que en el castellano de la Argentina no tenemos un "nombre" especial para este tipo de renovación, cuando en inglés sí lo tienen. En algún momento, cuando yo era estudiante, se sugirió en alguna clase que podía llamarse "plazo escalonado"; sin embargo, averiguando un poquito en Internet no se habla allí de "plazos escalonados", y lo único que encontré fue un artículo muy interesante sobre "alquileres escalonados", concepto éste que nada tiene que ver con los "staggered terms" de que estaba yo hablando.
De todas maneras, como Internet no tiene la verdad revelada y a veces hay sitios donde los pifies son monumentales (casi, casi como este blog, vea usted), esto de los "plazos escalonados" voy a seguir investigándolo, y volveré en su momento con noticias más frescas al respecto.
Una definición breve y eficaz de "staggered terms" es la siguiente: "staggered terms: the scheduling of terms of office so that all members of a body are not selected at the same time".
Se suele aplicar esta frase al Board of Directors, lo que en castellano de la Argentina es el directorio de las sociedades anónimas.
En la Argentina tenemos algo muy parecido en la Cámara de Diputados y también en la de Senadores: se trata de la llamada "renovación por mitades cada dos años (o cada bienio)", en el caso de los diputados, y en el caso de los senadores "renovación por tercios cada trienio".
Sí, ya sé qué me van a decir: que en el caso de "staggered (o "staggering") terms" estamos hablando de derecho societario, y que en el caso de "renovación por mitades/tercios (cada equis años)" estamos hablando de derecho constitucional. No importa. En este caso, la supuesta "interferencia" entre un campo del derecho y otro no afecta a la validez del uso que hagamos de ambas denominaciones como equivalentes mutuos.
Y otra cosa interesante que me parece válido marcar es que en el castellano de la Argentina no tenemos un "nombre" especial para este tipo de renovación, cuando en inglés sí lo tienen. En algún momento, cuando yo era estudiante, se sugirió en alguna clase que podía llamarse "plazo escalonado"; sin embargo, averiguando un poquito en Internet no se habla allí de "plazos escalonados", y lo único que encontré fue un artículo muy interesante sobre "alquileres escalonados", concepto éste que nada tiene que ver con los "staggered terms" de que estaba yo hablando.
De todas maneras, como Internet no tiene la verdad revelada y a veces hay sitios donde los pifies son monumentales (casi, casi como este blog, vea usted), esto de los "plazos escalonados" voy a seguir investigándolo, y volveré en su momento con noticias más frescas al respecto.
Hablemos sobre la coma
Junto con el punto, creo que la coma es uno de los signos de puntuación más utilizados en el idioma castellano. Y como su utilización es tan profusa, los errores que se comenten con la pobrecita son muchos.
En este breve desvarío analizaré uno de esos errores, el más común; y yo diría que no constituye un error, sino casi un pecado: separar el sujeto y el predicado con la susodicha coma.
En estos días, estoy leyendo un manual de derecho penal argentino (materia que no cursé en la facultad por no pertenecer al plan de estudios, pero que es apasionante). Allí encuentro oraciones como la siguiente:
"Otros autores, dejan de lado la teoría de la equivalencia, para apoyarse en concepciones individualizadoras...".
Aquí, ambas comas están mal utilizadas. La coma que observamos entre "autores" y "dejan" rompe la relación que naturalmente tienen el sujeto y el predicado. El predicado "predica", "dice" algo del sujeto. ¿Por qué van a estar separados? Sucede que en ocasiones quien escribe hace una pausa luego de expresar el sujeto y antes de seguir exponiendo el predicado; pero hay que tener en cuenta que "pausa" no significa forzosamente que allí deba ir una coma.
Esto mismo es de aplicación para la segunda coma que vemos en la oración citada, la que se encuentra entre "equivalencia" y "para". En este caso específico tampoco es necesaria la coma, puesto que quiebra, también, la relación entre el objeto directo ("la teoría de la equivalencia") y el circunstancial de finalidad ("para apoyarse en concepciones...").
Sí corresponde utilizar la coma antes de un circunstancial de finalidad en el siguiente ejemplo:
"Dejaré lista la comida antes de salir, para servirla en cuanto regrese".
Si no colocamos coma antes de "para", la impresión que da la oración es que se está diciendo que "salgo para servir la comida", y no es lo que el autor de la oración está queriendo decir. Si no colocamos la coma, la preposición "para" pasa a depender del verbo "salir", lo cual es ideológicamente incorrecto. La oración correcta quiere expresar lo siguiente: 1) que estoy dejando la comida lista antes de salir; 2) con posterioridad, cuando regrese, la serviré.
Pero lo que me parece fundamental repetir -porque veo que hay mucho error dando vuelta- es que "pausa" no equivale a "coma". Por lo menos, no siempre.
En este breve desvarío analizaré uno de esos errores, el más común; y yo diría que no constituye un error, sino casi un pecado: separar el sujeto y el predicado con la susodicha coma.
En estos días, estoy leyendo un manual de derecho penal argentino (materia que no cursé en la facultad por no pertenecer al plan de estudios, pero que es apasionante). Allí encuentro oraciones como la siguiente:
"Otros autores, dejan de lado la teoría de la equivalencia, para apoyarse en concepciones individualizadoras...".
Aquí, ambas comas están mal utilizadas. La coma que observamos entre "autores" y "dejan" rompe la relación que naturalmente tienen el sujeto y el predicado. El predicado "predica", "dice" algo del sujeto. ¿Por qué van a estar separados? Sucede que en ocasiones quien escribe hace una pausa luego de expresar el sujeto y antes de seguir exponiendo el predicado; pero hay que tener en cuenta que "pausa" no significa forzosamente que allí deba ir una coma.
Esto mismo es de aplicación para la segunda coma que vemos en la oración citada, la que se encuentra entre "equivalencia" y "para". En este caso específico tampoco es necesaria la coma, puesto que quiebra, también, la relación entre el objeto directo ("la teoría de la equivalencia") y el circunstancial de finalidad ("para apoyarse en concepciones...").
Sí corresponde utilizar la coma antes de un circunstancial de finalidad en el siguiente ejemplo:
"Dejaré lista la comida antes de salir, para servirla en cuanto regrese".
Si no colocamos coma antes de "para", la impresión que da la oración es que se está diciendo que "salgo para servir la comida", y no es lo que el autor de la oración está queriendo decir. Si no colocamos la coma, la preposición "para" pasa a depender del verbo "salir", lo cual es ideológicamente incorrecto. La oración correcta quiere expresar lo siguiente: 1) que estoy dejando la comida lista antes de salir; 2) con posterioridad, cuando regrese, la serviré.
Pero lo que me parece fundamental repetir -porque veo que hay mucho error dando vuelta- es que "pausa" no equivale a "coma". Por lo menos, no siempre.
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