Hay alumnos de inglés que son increíbles. Hace ya varios años yo le daba clase a una alumna que me planteó que quería adquirir el acento de Lady Diana.
Por dentro sonreí y le expliqué que una cosa es tener una buena pronunciación y otra cosa muy diferente es tener acento. El acento es el “cantito” particular de cierto país, región, provincia o zona, más allá de toda división administrativa (por definición, arbitraria). Eso se adquiere y se desarrolla oyendo todos los días ese cantito y adoptándolo, y la manera de hacerlo es sumergirse en un ámbito donde se cante ese cantito; en este caso, Inglaterra, y más precisamente me atrevería a decir Londres. Y para más precisiones, me atrevería a decir que hay que estar sumergido en un ambiente de clase muy acomodada para lograr tal acento.
Destaco esta anécdota porque más de una vez me sorprendió la actitud de algún alumno que renegaba de su acento argentino al momento de hablar inglés. A veces, ciertos argentinos tienen un complejo de inferioridad que da miedo. Démonos cuenta de que los libros de inglés que de una década y media, más o menos, a esta parte compramos en cualquier librería de Buenos Aires para enseñar inglés tienen, casi sin excepción, no sólo voces con acento inglés, sino también orientales hablando inglés, latinos hablando inglés, medioorientales hablando inglés, y alemanes, franceses e italianos hablando inglés. El mensaje que transmiten esos libros es claro: hoy en día, y ya desde hace mucho tiempo, el inglés es la lengua franca del mundo. Muchas nacionalidades la hablan y la pronuncian, pero sin pretender por ello adquirir el acento inglés. Y lo que hacen esos libros, a mi gusto, sabiamente, es acostumbrar al alumno argentino (en este caso) a un inglés hablado con distintos acentos.
Yo creo que el respeto fundamental que un estudiante le debe al idioma que está estudiando es pronunciarlo bien (además de aprender bien su gramática y su faceta lexical; aquí me refiero sólo a la cuestión acento - pronunciación). El acento es secundario y hasta superfluo. Si uno tiene la suerte de ir a vivir al país donde se habla el idioma que estudia y se “contagia” el acento, fantástico. Pero con pronunciarlo bien alcanza y sobra.
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