Leo en el Diccionario de
"Litotricia: operación de pulverizar o desmenuzar, dentro de las vías urinarias, el riñón o la vesícula biliar, las piedras o cálculos que allí haya, a fin de que puedan salir por la uretra o las vías biliares según el caso".
A primera vista, lo que creo es que la operación consiste en pulverizar o desmenuzar el riñón o la vesícula biliar dentro de las vías urinarias, lo cual, sin ser siquiera médica, me produce espanto. Pero no: en una segunda lectura me doy cuenta de que son las piedras o los cálculos los que se pulverizan o se desmenuzan. Sin dudas, la definición habría sido mucho más clara en una primera lectura si se hubiera dicho: "operación de pulverizar o desmenuzar, dentro de las vías urinarias, del riñón o de la vesícula, las piedras o cálculos que allí haya...".
Es decir, basta con repetir la preposición "de" delante de "el riñón" y de "la vesícula".
Como revisora de textos, suelo corregir con mucha frecuencia este tipo de ambigüedades que hacen que la lectura a primera vista sea confusa y que el lector deba volver sobre sus pasos y descifrar una especie de piedra Rosetta contemporánea y en su propio idioma.
Una de las características de un excelente texto es que tenga una lectura unívoca, sin ambigüedades y, sobre todo, que pueda entenderse de entrada. Este tipo de errores y los errores de sintaxis son los "enemigos secretos" de todo texto: el corrector o el traductor mismo, que ya conoce a fondo el texto, da por sentado que "se entiende" porque él mismo ha frecuentado tantas veces esos párrafos que los comprende. Lo importante es situarse en la perspectiva nueva del lector y preguntarse: "Si yo no estuviera tan familiarizado con este texto, ¿lo entendería así como está?".
Menuda pregunta. Pero en el detalle está la buena calidad.
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