miércoles, 23 de marzo de 2011

Mecanismo de la lengua - Ferdinand de Saussure

SEGUNDA PARTE

Capítulo VI - Mecanismo de la lengua

El conjunto de diferencias fonéticas y conceptuales que constituyen la lengua y que presiden su funcionamiento resultan de los contactos asociativos o de los contactos sintagmáticos.


Lo primero que nos sorprende en esta organización son las solidaridades sintagmáticas: casi todas las unidades de la lengua dependen, sea de lo que las rodea en la cadena hablada, sea de las partes sucesivas de que ellas mismas se componen.

La formación de palabras basta para probarlo. Una unidad como "deseoso" se descompone en dos subunidades (dese-oso), pero esas partes no son dos partes independientes juntadas una con otra (dese + oso). El resultado es una combinación de dos elementos solidarios que sólo tiene valor por su acción recíproca en una unidad superior (deseoso). El sufijo, tomado aisladamente, es inexistente; lo que le da un puesto en la lengua es una serie de términos usuales tales como "calur-oso", "mentir-oso", "verd-oso", etc. A su vez, el radical no es autónomo; sólo existe por combinación con el sufijo. En el término "per-eza", el elemento "per-" no es nada sin el sufijo que le sigue. La totalidad vale por sus partes, las partes valen también en virtud de su lugar en la totalidad, y por eso la relación sintagmática de la parte y del todo es tan importante como la de las partes entre sí.

Principio general que se verifica en los ejemplos enumerados arriba ("contra" y "todos" en "contra todos", "contra" y "maestre" en "contramaestre"): siempre comprobaremos unidades más vastas, compuestas a su vez de unidades más restringidas; y unas cono otras guardan relaciones de solidaridad recíproca.

También es cierto que la lengua presenta unidades independientes, que no tienen relaciones sintagmáticas ni con sus partes ni con otras unidades. Por ejemplo, oraciones como "Sí", "No", o "Gracias" son buenos ejemplos. Pero este hecho, excepcional, no basta para comprometer el principio general. Por lo regular, no hablamos por signos aislados, sino por grupos de signos, por masas organizadas que son, a su vez, signos. En la lengua, todo se reduce a diferencias, pero todo se reduce también a agrupaciones. Este mecanismo es un juego de términos sucesivos.

2. Funcionamiento simultáneo de las dos formas de agrupamiento

Entre los agrupamientos sintagmáticos así constituidos hay un lazo de interdependencia; se condicionan recíprocamente. En efecto, la coordinación en el espacio contribuye a crear coordinaciones asociativas, y éstas, a su vez, son necesarias para el análisis de las partes del sintagma.

Sea el compuesto des-hacer. Podemos representarlo en una cinta horizontal correspondiente a la cadena hablada:

Des-hacer --->
Pero simultáneamente, y sobre otro eje, existe en el subconsciente una o más series asociativas con algunas unidades que tienen un elemento común con el sintagma. Por ejemplo:

Des-hacer --->
Descubrir / Hacer
Descolgar / Rehacer
Destapar, etc. / Contrahacer, etc.

Sólo en la medida en que las otras formas flotan alrededor de "deshacer" puede esta palabra descomponerse en subunidades; dicho de otro modo, es un sintagma. Entonces, des-hacer no sería analizable si las otras formas que contienen "des-" o "hacer" desaparecieran de la lengua. No sería más que una unidad simple, y sus dos partes no se podrían oponer una a otra.

Ahora es cuando comprendemos el juego de este doble sistema en el discurso. Nuestra memoria tiene en reserva todos los tipos de sintagmas más o menos complejos, de cualquier especie o extensión que puedan ser, y en el momento de emplearlos hacemos intervenir los grupos asociativos para fijar nuestra elección. Cuando alguien dice "¡Cállense!", inconscientemente piensa en diversos grupos de asociaciones en cuya intercesión se encuentra el sintagma "Cállense". Éste figura de un lado en la serie "cállate", "callemos", "callaos", y sólo la oposición de "cállense" con estas formas determina la elección; de otro lado, "cállense" evoca la serie "váyanse", "acérquense", "lávense", "véanse", etc., de cuyo seno es elegido por el mismo procedimiento; en cada serie se sabe qué es lo que hay que hacer variar para obtener la diferenciación propia de la unidad buscada. Cámbiese la idea que se quiere expresar, y serán necesarias otras oposiciones para hacer aparecer un nuevo valor; se dirá, por ejemplo, "¡Cállate!" o bien "¡Váyanse!".

Entonces no basta con decir, colocándose en un punto de vista positivo, que se toma "¡Cállense!" porque significa lo que se quiere expresar. En realidad, la idea conjura no una forma, sino todo un sistema latente gracias al cual se obtienen las oposiciones necesarias para la constitución del signo. El signo no tendría por sí mismo ninguna significación propia. El día en que no hubiera ya "¡Cállate!", "¡Callaos!" frente a "¡Cállense!", caerían ciertas oposiciones y el valor de "¡Cállense!" cambiará ipso facto.

Este principio se aplica a los sintagmas y a las oraciones de todo tipo, aun a las más complejas. En el momento en que pronunciamos la oración "¿Qué te ha dicho?" hacemos variar un elemento en un tipo sintagmático latente. Por ejemplo "¿Qué le ha dicho (a usted)?", "¿Qué nos ha dicho?", etc., y así es como se fija nuestra elección sobre el pronombre te. En esta operación, que consiste en eliminar mentalmente todo lo que no conduzca a la diferenciación requerida sobre el punto requerido, están en juego tanto los agrupamientos asociativos como los tipos sintagmáticos.

Inversamente, este procedimiento de fijación y de elección rige incluso las unidades mínimas y hasta los elementos fonológicos cuando están revestidos de un valor. No pensamos sólo en casos como "casa" frente a "casas", donde la diferencia descansa por azar en un simple fonema, sino en el hecho más característico y delicado de que un fonema desempeña por sí mismo un papel en el sistema de un estado de lengua. Por ejemplo, si en griego las letras "m", "p", "t", etc., no pueden nunca figurar al final de una palabra, eso quiere decir que su presencia o ausencia en tal puesto cuenta en la estructura de la palabra y en la de la oración. Ahora bien: en todos los casos de este género, el sonido aislado, como todas las demás unidades, será elegido tras una oposición mental doble: así en el grupo imaginario "anma", el sonido "m" está en oposición sintagmática con los que lo rodean y en oposición asociativa con todos los que el espíritu pueda sugerir. Por ejemplo:

anma
v
d
3. Lo arbitrario absoluto y lo arbitrario relativo

Se puede presentar el mecanismo de la lengua desde otro ángulo particularmente importante.

El principio fundamental de lo arbitrario del signo no impide distinguir en cada lengua lo que es radicalmente arbitrario —es decir, inmotivado— de lo que no lo es más que relativamente. Sólo una parte de los signos son absolutamente arbitrarios; en otros interviene un fenómeno que permite reconocer grados en lo arbitrario sin suprimirlo: el signo puede ser relativamente motivado.

Así, "veinte" es inmotivado, pero "diecinueve" no lo es en el mismo grado porque evoca los términos de que se compone y otros que le están asociados; por ejemplo, "diez", "nueve", "veintinueve", "diez y ocho", "diez mil", etc. Tomados separadamente, "diez" y "nueve" están en las mismas condiciones que "veinte", pero "diecinueve" presenta un caso de motivación relativa. El plural inglés "ships" (barcos) evoca por su formación toda la serie de "flags", "birds", "books", etc., mientras que ciertos plurales irregulares como "men" (hombres) y "sheep" (carneros) no la evocan.

No es ésta ocasión de averiguar los factores que condicionan la motivación en cada caso, pero la motivación es siempre tanto más completa cuanto más fácil es el análisis sintagmático y más evidente el sentido de las subunidades. En efecto, si hay elementos formativos evidentes, como en el "-ero" de "limonero", junto a "melocotonero", "duraznero", "higuera", etc., otros hay cuya significación es turbia o del todo nula. ¿Hasta que punto corresponde el sufijo "-ot" a un elemento de sentido en "cachot"? Relacionando términos como "melocotonero", "duraznero", "higuera" se tiene el vago sentimiento de que "-ero" es un elemento formativo propio de los sustantivos sin que se lo pueda definir más exactamente. Además, aun en los casos más favorables, la motivación nunca es absoluta. No solamente son arbitrarios los elementos componentes ("diez" y "nueve" en "diecinueve"), sino que el valor del término total nunca es igual a la suma de los valores de las partes: "limón" X "ero" no es igual a "limón" + "ero".

En cuanto al fenómeno mismo, se explica por los principios enunciados en el párrafo anterior: la noción de lo relativamente motivado implica 1) el análisis del término dado; por consiguiente, una relación sintagmática; 2) la evocación de uno o varios términos; por consiguiente, una relación asociativa. No es esto otra cosa que el mecanismo por el que un término cualquiera se presta para la expresión de una idea. Hasta aquí, las unidades se nos aparecen como valores; es decir, como elementos de un sistema. Nosotros las hemos considerado sobre todo en sus oposiciones; ahora reconocemos las solidaridades que los atan, que son de orden asociativo y de orden sintagmático. Ellas son las que limitan lo arbitrario. "Diecinueve" es solidario asociativamente de "dieciocho", "diecisiete", "diez mil", etc., y sintagmáticamente de sus elementos "diez" y "nueve". Esta doble relación le confiere una parte de su valor.

Todo lo que se refiere a la lengua en cuanto sistema exige ser abordado desde este punto de vista, que apenas cuidan los lingüistas: la limitación de lo arbitrario. En efecto, todo sistema de la lengua descansa en el principio irracional de lo arbitrario del signo que, aplicado sin restricción, llevaría a la complicación suprema; pero el espíritu consigue introducir un principio de orden y de regularidad en ciertas partes de la masa de signos, y ése es el papel de lo relativamente motivado. Si el mecanismo de la lengua fuera enteramente racional, lo podríamos estudiar en sí mismo; pero como no es más que una corrección parcial de un sistema naturalmente caótico, se adopta el punto de vista impuesto por la naturaleza misma de la lengua y estudiamos ese mecanismo como una limitación de lo arbitrario.

No hay lengua alguna en que no haya cosa motivada; en cuanto a concebir una en que todo estuviese motivado, eso sería imposible por definición. Entre los dos límites extremos —mínimo de organización y mínimo de arbitrariedad— se encuentran todas las variedades posibles. Los diversos idiomas encierran siempre elementos de dos órdenes —radicalmente arbitrarios y relativamente motivados—, pero en proporciones muy variables; carácter muy importante que puede entrar en cuenta en la clasificación de la lengua.

 En cierto sentido —que no hay por qué extremar, pero que hace palpable una de las formas de esta oposición— se podría decir que las lenguas en que lo inmotivado llega a su máximo son más lexicológicas, y aquéllas en que se reduce al mínimo son más gramaticales. No es que siempre sean sinónimos "léxico" y "arbitrario" de un lado, y "gramática" y "motivación relativa" del otro, pero algo de común hay en el principio. Son como dos polos entre los cuales se mueve todo el sistema, dos corrientes opuestas que se reparten el movimiento de la lengua: la tendencia a emplear el instrumento lexicológico, el signo inmotivado, y la preferencia dada al instrumento gramatical, es decir, a la regla de construcción. Se verá, por ejemplo, que el inglés da un lugar más considerable que el alemán a lo inmotivado; pero el tipo de lo ultra-lexicológico es el chino, mientras que el indoeuropeo y el sánscrito son muestras de lo ultragramatical. Dentro de una misma lengua, todo el movimiento de su evolución puede señalarse como un paso continuo de lo motivado a lo arbitrario y de lo arbitrario a lo motivado; este vaivén suele tener por resultado el trastornar sensiblemente las proporciones de esas dos categorías de signos. Así, el francés se caracteriza frente al latín, entre otras cosas, por un enorme acrecentamiento de lo arbitrario: mientras en latín "inimicus" evoca "in" y "amicus" y está motivado por ellos, "ennemi" no está motivado por nada; ya entró en lo arbitrario absoluto, que por lo demás es la condición esencial del signo lingüístico.