¿Sería apropiado que yo escribiera la palabra "finado" en un escrito de inicio de una sucesión?
¿Sería apropiado que yo dijera "causante" en un texto dirigido a niños?
¿Sería apropiado que yo escribiera "muerto" en un informe forense?
¿Sería apropiado decir "fiambre" o "tomuer" en una entrevista con abogados?
La respuesta a todas estas preguntas es no. Todas las palabras que están entrecomilladas son sinónimo de "persona que ya no vive", pero la oportunidad en que se las utiliza (los casos supuestos que propongo) está equivocada.
Esos son los registros de la lengua: son oportunidades específicas en que se utilizan determinadas variantes de una misma palabra. La palabra "causante" obedece al registro técnico-jurídico. El muerto, para el derecho argentino, los jueces y los abogados, pasa a llamarse "causante". Si estoy hablando en lunfardo, la "vestimenta" que adopta la palabra "muerto" es "finado", o bien "fiambre". Si estoy hablando al vesre (véanse otros artículos sobre el vesre en este mismo blog), el muerto súbitamente puede llegar a convertirse en un "tomuer". Si yo fuera médica forense y estuviera escribiendo un informe, el muerto tomaría el nombre de "occiso". Yendo un poco más allá, el muerto puede ser la "víctima" para un policía o un comisario, y podría seguir dando ejemplos si no es que tengo que irme a cenar.
El conocimiento de los registros de la lengua le brindan al traductor una herramienta esencial para su trabajo: la adaptabilidad a distintos tipos de textos, y en consecuencia, la posibilidad de demostrar cuán capaz y competente es en su tarea.
¿Cómo hacemos los traductores para conocer los distintos registros de la lengua y, por lo tanto, las palabras que denotan un conocimiento de cada uno de estos registros? Leyendo, leyendo mucho, teniendo material de referencia, teniendo buena memoria (para las palabras, para la fraseología). El traductor, para llegar a ser un buen traductor, tiene que ser antes un excelente lector.