viernes, 30 de septiembre de 2011

Las comparaciones siempre son odiosas

O tal vez no siempre. Hay comparaciones simpáticas, y se logran principalmente gracias a dos procedimientos: el símil y la metáfora. La diferencia entre estos dos tropos (figuras estilísticas) es que para el símil vamos a realizar la comparación mediante alguna palabrita que cumpla dicha función. En general, esas palabritas son las conjunciones "como" o "cual", esta última de menor uso en el Río de la Plata. Un ejemplo de símil es "tu cabello es como el oro".

En el caso de la metáfora, no vamos a encontrar esas conjunciones, sino que la identidad que se pretende establecer entre dos cosas será de carácter tácito. Siguiendo con el ejemplo anterior, su expresión con una metáfora sería "el oro de tus cabellos". Todo esto para decir que la chica es rubia.

Fuera del ámbito de la poesía también hay símiles y metáforas, claro que sí. En el castellano rioplatense las tenemos a cada paso; por ejemplo, cuando se decía, en los años setenta, "este tipo es un queso" para decir que ese sujeto era un inútil, que no servía para nada. Otras dos metáforas setentosas (y creo que también sesentosas) tenían que ver con los autos: "este auto es una batata" o "este auto es una albóndiga", para dar a entender que el auto en cuestión funcionaba mal, era lento o era viejo.

Y algunos símiles más actuales son "tener menos onda que melena de chino" y "ser más peligroso que piraña de inodoro". Y cuando me acuerde de alguna otra de estas figuras retóricas de entrecasa, vuelvo a la carga.