Otro trabuque del programa de pastelería de la tarde de Utilísima me da pie para seguir pensando -aunque tangencialmente- en las relaciones sintagmáticas y paradigmáticas que enunció Ferdinand de Saussure: el pastelero de turno habla de la confitura que prepara la niña pastelera: "Se puede perfumar esta torta con esencia de almendras, con ralladura de limón, con ralladura de naranja u otro aroma que sea propicio".
Dolor en el alma. Dolor de oídos. Dolor hasta de muelas, les diría. ¿Cómo que un aroma es propicio? ¿No será que un aroma es apropiado para una torta? Es decir, el Chanel número 5 para la torta no sirve; es inapropiado. Ponerle Pinoluz a la torta para aromatizarla también es fútil. Es otro aroma inapropiado. Pero la pregunta que surge es: ¿cómo se llegó a propicio en la oración del párrafo anterior?
La única explicación que se me ocurre es la siguiente: a ambos vocablos, propicio y apropiado, subyace la idea de lo favorable, de aquello que posibilita; y además ambas palabras tienen una sílaba en común, pro. Supongo que la mente efectúa una operación de libre asociación entre ambos -regida por eso que decía Ferdinand de Saussure de generar nuevas palabras a partir de prefijos o sufijos ya conocidos (que, a la vez, no son otra cosa que sílabas, igualitas a la sílaba pro), hace danzar esos términos en la mente durante una fracción de segundo y, en este caso, lamentablemente, elige el término menos adecuado.
Qué le vamos a hacer. Otra vez será.