"[...] a medida que van pasando los años, [la] memoria [...] se nos hace más y más preciosa. Insensiblemente, van amontonándose los recuerdos y un día, de pronto, buscamos en vano el nombre de un amigo o de un pariente. Se nos ha olvidado. A veces, nos desespera no dar con una palabra que sabemos, que tenemos en la punta de la lengua y que nos rehúye obstinadamente".
Éste es un párrafo tomado de las memorias de Luis Buñuel, libro que estoy leyendo ahora, ya que terminé con la autobiografía de Akira Kurosawa.
Quise reproducirlo porque la memoria y el razonamiento lógico son las dos grandes herramientas del traductor. Siempre abogo aquí, en este blog, por el sentido común, el buen criterio, el razonamiento lógico; pero la memoria también es parte de nuestro proceso traductor.
No quiero decir con esto que haya que saberse de memoria el diccionario, no. Al contrario: ese traductor petulante que afirma "hacer las traducciones sin abrir el diccionario" está bastardeando la médula misma de la profesión que dice amar. Pero es claro que, tanto para traducir como para cualquier otra función de nuestra vida diaria, recurrimos a ese disco rígido que todos tenemos y que nos resulta útil e imprescindible.