En innumerables ocasiones he hablado en este blog sobre cierta falta de espíritu crítico que trasuntan ciertos traductores a través de sus traducciones. Por ejemplo, cuando -ya lo dije, insisto- incomprensiblemente dejan palabras en inglés en sus traducciones al castellano, so pretexto de que "igual se entiende", o cuando adoptan a pie juntillas y sin cuestionar alguna decisión estrambótica de la Real Academia Española, a la que idolatran sin ponerse a pensar si realmente las decisiones que toman un grupo de tipos allá, del otro lado del Atlántico, se ajusta a un criterio lógico o no.
De mi observación de colegas graduados/as en mi misma casa de estudios, la Universidad de Buenos Aires, no me queda otro remedio que extraer la siguiente conclusión: la falta de libertad de elección te convierte en un ser acrítico. Ahora, el plan de estudios cambió en la UBA, pero cuando yo estudiaba, hace no tantos años, el sistema era de cátedras únicas; es decir, era ya, de entrada, imposible o muy difícil discrepar con un profesor porque una corría el riesgo de que el profesor o la profesora se ofendieran y que uno no pudiera recursar y aprobar la susodicha materia hasta que el profesor o profesora ofendidos se jubilaran o se murieran.
De este sistema de cátedras únicas se desprendía entonces un acto reflejo que el alumno de Traductorado adquiría desde sus iniciales balbuceos pedagógicos: empezar a captar qué palabritas "le gustaban" al profesor de turno (sobre todo, de las materias de traducción) y cuáles "no le gustaban", para, a conveniencia, usarlas o no en las traducciones ¡y en los exámenes!
Entre esta postura y la de estudiar con un glosario predeterminado no hay ninguna diferencia. Ya hablé, también en este blog, sobre el lugar que deben tener los glosarios en el proceso de aprendizaje de la traducción (ruego a los lectores buscarlo). Aprender a traducir con un glosario en lugar de hacerlo con un señor diccionario es una barbaridad. La traducción, tomada seriamente como disciplina de estudio y como medio para ganarse la vida, exige realizar una indagación adecuada sobre el alcance semántico de cada término y la oportunidad para usarlo o no. Entonces, que ciertos alumnos empiecen a formarse una idea de "qué palabrita usar o no usar según el capricho del profesor" me parece atroz. Y esa atrocidad se consolida cuando uno no puede debatir con el profesor. Y esa falta de debate con el profesor/titular de cátedra se logra, ese silencio del alumno, lamentablemente se logra con un sistema en el que falta la libertad; es decir, un sistema de cátedras únicas.
Insisto: el plan de estudios de la UBA ha cambiado, e incluso antes del cambio ya se observaban algunos cambios en el sentido de que, por materia, en algunas materias, hubiera dos cátedras. No sé ahora, con el nuevo plan de estudios, si hay más cátedras disponibles o volvimos, como en el juego de la oca, al casillero número uno. Es difícil exigirle al sistema universitario que una carrera tan minoritaria en cuanto a cantidad de alumnos se impongan tres o cuatro cátedras por materia. Pero tampoco se puede achacarle todo al sistema; tenemos, como traductores, como ex alumnos universitarios, como actuales profesionales, la capacidad de pensar, de criticar (en el sentido de "analizar"), de utilizar el sentido común, el buen criterio y el raciocinio para analizar la realidad, desde lo que pase en la Argentina hasta lo que pase en el texto que estamos traduciendo. Además, hay magníficos libros que nos ayudan, enseñan y estimulan a pensar, si es que no nos lo enseñaron en la universidad, en casa o en la secundaria.
Así como la educación nos hace libres, también nos ayuda a ser libres la capacidad de analizar la realidad -insisto, desde lo que haga el gobierno hasta lo que haya hecho el autor de nuestro texto- para poder ver dónde estamos parados, por qué nos pasa lo que nos pasa y para comenzar a ver cómo podemos cambiarla.