No puedo con mi genio: veo una escribanía o un estudio jurídico y toco el timbre para entregarles mi tarjeta, en mi permanente afán de ampliar mi cartera de clientes.
A primera vista, parecería que el acto mencionado no amerita más ceremonia que la descripta. Para mi sorpresa, en algunas escribanías (pocas) me responden con una frase que me deja pasmada: "Ay, no, no precisamos traductores", o "No trabajamos con traductores".
Yo me pregunto si a los escribanos y escribanas que responden esas frases o variantes nunca les llegó un cliente con la necesidad de hacer traducir un poder del un idioma extranjero al castellano o viceversa. Me pregunto si jamás tuvieron un cliente que necesite hacer traducir un contrato, una partida de nacimiento, una partida de defunción.
Me pregunto también si la tarjetita -un milímetro de espesor por ¿cuánto? ¿Cuatro centímetros por siete, el tamaño estándar para que quepa en cualquier tarjetero? ocupa mucho lugar. Digo, como para agarrarla aunque no vayas a usarla en la perra vida.
Ah, no, claro. Ahora entiendo: la tarjetita debe ser como el saber: sí ocupa lugar.