Estaba levantando los platos del almuerzo, hace un rato, cuando, en alusión a un programa que estábamos viendo por televisión, le dije a mi marido:
- Esos cambios hay que hacerlos a la chita callando.
Mi marido me miró como si yo hubiera pasado a ser extraterrestre.
-¿Quéeeee?
Carcajada de mi parte. Y me sigo riendo.
- Sí, "a la chita callando".
Claro, él no conocía la expresión. Yo la aprendí en cuarto grado (año 1974, sí, del siglo pasado), y me la enseñó mi maestra, la Srta. Amanda Caravatti, a la que justo homenaje se le rinde en Facebook, en la página de la escuela primaria "Rafael Ruiz de los Llanos". La expresión figuraba en el libro de lectura y nos la enseñaron. Y me salió así, espontáneamente.
Se trata de una expresión arcaica, tan arcaica como yo misma. Y se trata de una expresión que ya fue reemplazada varias veces por otras expresiones que indican lo mismo que "a la chita callando": hacer algo de manera solapada, sin que nadie se dé cuenta.
La expresión que yo adopté para no tener que decir "a la chita callando" (y evitar así que me miren como a un extraterrestre, o peor aún, como a una momia) es "hacer (algo) de sottovoce", que hasta queda más pintoresca porque tiene esa palabrita italiana que a cualquier cosa le confiere un aire de romana distinción. Una expresión, además, que no sé si está en las antípodas de "a la chita callando", pero que es un tantín menos vieja.
Sí, sí, la expresión "a la chita callando" la tenía reservada para decirla en casa, en confianza, con mi marido. Pero visto y considerando la forma en que me miró, creo que no voy a volver a utilizarla ni conmigo misma.